Las cinco heridas emocionales en la infancia…

Los seres humanos aprendemos a interpretar el mundo que nos rodea en nuestros primeros años de vida a través de la subjetividad de lo que percibimos. En nuestra particular interpretación de la realidad influye el entorno, la familia, el contexto socioeconómico y cultural, las experiencias vitales, nuestra forma de ser y la socialización primaria. Todos tenemos un pasado. Y aunque este ya no exista, las experiencias “traumáticas” vividas en la infancia marcan nuestro carácter, dejando su huella en él.

A veces, estas heridas no son nada subjetivas, sino que son heridas causadas por abusos infantiles objetivos y tipificados en la ley de protección al menor y el código penal (como pueden ser el abandono, el desamparo, la indefensión, maltratos o abusos de todo tipo). Pero realmente no quiero tratar aquí, en este texto los traumas con “T” mayúscula, que pueden producir estrés postraumático o trastornos de personalidad graves como consecuencia de la gravedad de los hechos. Ya que han sido tratados en otro post.

En este caso, quiero tratar los traumas con “t” minúscula. Refiriéndome esta vez a esas experiencias sutiles que, a veces, tan solo pueden ser sensaciones percibidas, pero junto a una sensibilidad o susceptibilidad extremas y una inmadura gestión emocional del niño, bastan para generar “la herida”, en base a un malentendido o a una mala interpretación de “su realidad”. Y es que este tipo de heridas emocionales se dan en la primera etapa de la vida. En esos primeros años en los que el niño carece aún de un adecuado enfoque de la realidad y de estrategias personales, para manejar y entender ciertas dimensiones de la vida adulta. Nuestra infancia es tan importante que las experiencias vividas en ella determinan nuestra calidad de vida cuando somos adultos. La psicología nos señala las cinco heridas emocionales en la infancia que dejan huella en la edad adulta. Conocerlas es fundamental para poder sanarlas y evitar que las sufran nuestros hijos.

La soledad: la soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. No obstante, el abandono puede ser tanto físico como simbólico. El niño en un primer momento interpreta igual un abandono real que una situación que, aunque él perciba como abandono, no lo sea tanto; como por ejemplo una desatención intermitente pero mantenida en el tiempo por parte de los padres, en los que confluyan apegos evitativos o ansiosos / ambivalentes, ya sea por aspectos aprendidos (transgeneracional) o por circunstancias biopsicosociales. Por tanto, en función de la intensidad de estos hechos, es común que en la edad adulta se experimente un constante temor a vivir de nuevo estas carencias. De ahí que aparezcan, por ejemplo, una elevada ansiedad a ser abandonado por la pareja, pensamientos obsesivos y hasta conductas poco ajustadas por el elevado temor a experimentar una vez más ese sufrimiento de ser desatendido o dejado.

Es más, estudios como el llevado a cabo por la doctora Sharlene Wolchik de la Universidad de Arizona, nos explican que es precisamente el miedo a ser abandonados, lo que genera en gran parte, muchos de los casos de las rupturas de pareja, (Wolchik et all; 1992). Ya que en la vida conyugal se generan situaciones donde la parte de la pareja en la que se instauró el trauma, solo vive la angustia y el temor continuado a ser abandonado.  Algo que genera una elevada dependencia y presión hacia la otra persona. Son situaciones muy complejas de manejar en muchos casos. Y normalmente la persona que sufrió el abandono de niño, es el que deja a su pareja por el miedo de ser revictimizado a futuro y abandonado de nuevo (profecía autocumplida).

Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y tendrán que trabajar las barreras invisibles al contacto físico. La herida causada por el abandono no es fácil de curar, y los profesionales lo sabemos. Por tanto, al cliente se le tendrán que dar herramientas para hacerle consciente de que “su herida” ha comenzado a cicatrizar, cuando el temor a los momentos de soledad desaparezcan, y en ellos empiece a fluir un diálogo interior positivo y esperanzador. Anulando cualquier situación generada de dependencia o codependencia emocional respecto al “otro”, ya sea pareja, familia, amigo etc.

El miedo al rechazo: es otra de las heridas emocionales de la infancia más profundas, pues implica el rechazo de nuestro interior. Con “interior” me refiero, a nuestras vivencias, a nuestros pensamientos y a nuestros sentimientos, pero sobre todo a nuestras creencias. Es decir, a nuestro constructo del ego.

En su aparición pueden influir múltiples factores, tales como el rechazo de los progenitores, de la familia o de los iguales. Estos hechos generan en el infante pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo.

Las personas que padecen de miedo al rechazo no se sienten merecedoras de afecto ni comprensión por el resto de la sociedad y se aíslan en su vacío interior. Es probable que, si hemos sufrido esto en nuestra infancia, seamos personas huidizas, esquivas y evitativas. Por lo que debemos trabajar nuestros temores, nuestros miedos internos y esas situaciones que nos generan pánico. El adulto que tiene esta herida y vivió experiencias de rechazo en su niñez, tendrá la tendencia a rechazarse a sí mismo y a los demás. También rechazará experiencias placenteras y de “éxito” por el profundo sentimiento de vacío interno y por tener la creencia errónea de ser “poco merecedor.” Este tipo de personas culpan a los demás de ser rechazados, sin ser conscientes de ello. Ya que son ellos quienes se aíslan y se rechazan a sí mismos, creando así su círculo vicioso.

A este tipo de clientes, se les tiene que redireccionar respecto a que sepan, se hagan conscientes y aprendan a ocuparse de ellos mismos y de su círculo de seguridad. Se les debe potenciar el hecho de arriesgar y de tomar decisiones por si mismos a lo largo de su vida. Y así cada vez les molestará menos que la gente se les aleje y no lo tomarán como algo personal cuando eso suceda, o que se olviden de ellos en algún momento por circunstancias ajenas a su responsabilidad.

La humillación: Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos desaprueban y nos critican. Podemos generar estos problemas en nuestros niños diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus problemas ante los demás, o haciéndoles espejo respecto a sus iguales; esto destruye la autoestima infantil.

Las heridas emocionales de la infancia relacionadas con la humillación generan con frecuencia una personalidad dependiente. Además, los niños aprenden de esta manera a ser “tiranos” y egoístas como un mecanismo de defensa, e incluso a humillar a los demás como escudo protector. Los adultos que tuvieron experiencias de todo tipo de abusos, incluyendo el sexual, o experimentaron humillaciones, comparaciones o que fueron ridiculizados, avergonzados por su aspecto físico, por sus actitudes y/o comportamientos durante su niñez, suelen llevar esa carga a cuestas y la mayoría de las veces son seres inseguros, tímidos e indecisos que en lo más profundo de su ser se sienten culpables y no creen tener derechos elementales, e incluso pueden dudar de su propio derecho a existir. Por lo que en la adultez suelen tener tendencias sumamente autodestructivas con posibles autolesiones e ideaciones autolíticas.

Haber sufrido este tipo de experiencias requiere que los clientes trabajen su independencia, su libertad, la comprensión de sus necesidades y temores, así como sus prioridades. Y… sobre todo, saber poner límites.

La traición o el miedo a confiar: El miedo a confiar en los demás surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus progenitores. Dimensiones como incumplir promesas, no proteger, mentir o no estar cuando más se necesita, por parte de un padre o de una madre origina heridas profundas en el infante. En muchos casos, esa sensación de vacío y desesperanza se transforma en otras dimensiones: desconfianza, frustración, rabia, envidia hacia lo que otros tienen, baja autoestima, etc.

Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y que quieren tenerlo todo atado y reatado. Si has padecido estos problemas en la infancia, es probable que sientas la necesidad de ejercer cierto control sobre los demás, lo que frecuentemente se justifica con un carácter fuerte. Los adultos con heridas de traición serán desconfiados empedernidos, ya que no se permiten confiar en nada ni en nadie. Su mayor miedo es la mentira y buscarán de manera inconsciente involucrarse en situaciones en las que irremediablemente serán traicionados. Cumpliéndose así la profecía que ellos mismo decretaron: “No confíes en nadie, todo el mundo te traicionará”. La mayoría de estos sujetos experimentan celotipia aguda, respecto a sus parejas, ya que tuvieron vivencias de traición en su niñez y la infidelidad es una traición. Se vuelve así a cumplir la profecía autocumplida como en el caso de la soledad.

Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las heridas emocionales de la traición requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar solos y a delegar responsabilidades en otras personas.

La injusticia: La injusticia como herida emocional se origina en un entorno en el que los cuidadores principales son fríos y autoritarios. En la infancia, una exigencia en demasía y que sobrepase los límites generará sentimientos de ineficacia y de inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta.

Un autor experto en este tema es sin duda Yong Zhao, un respetado académico de la educación. Según Zhao (2016) tal y como nos explica en uno de sus trabajos, el autoritarismo en el hogar y en la propia educación a nivel evaluativo, afecta tanto al desarrollo psicológico y emocional, como al potencial de aprendizaje y al rendimiento de los propios niños. Cuando nuestros derechos son vetados y no recibimos apoyo, consideración y una cercanía afectiva válida y significativa, aparecen sin duda graves heridas psicológicas.

Experimentar la inequidad es el peor enojo de quien tiene herida de injusticia, y es posible identificar a quienes la han vivido en su niñez, al observar las reacciones desproporcionadas y neuróticas ante algún tipo de situación injusta. Todas las personas en algún momento hemos vivido o presenciado situaciones injustas, sin embargo a quienes tienen la herida les es imposible lidiar con ello y sus reacciones tienden a la autodestrucción. Una de las características más importantes es su gran temor a equivocarse y su tendencia a buscar la perfección, lo cual les trae mucha frustración y su gran reto para sanar es buscar la flexibilidad y la humildad en las acciones cotidianas tanto respecto a ellos como respecto a los que los rodean.

Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, la baja autoestima, la necesidad de perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad. En estos casos, es importante trabajar la autoestima, el autoconcepto, así como la rigidez mental, generando la mayor flexibilidad posible y permitiéndose confiar en los demás.

Ahora que ya conocemos las cinco heridas emocionales de la infancia que pueden afectar a nuestro bienestar, a nuestra salud y a nuestra capacidad para desarrollarnos como personas, podemos comenzar a sanarlas.

Bibliografía:

Wolchik, S.A. & Sandler, I.N, Mazur, E. (1992). “Negative cognitive errors and positive illusions for negative divorce events: Predictors of children’s psychological adjustment”. Journal Abnormal Child Psychology 20, 523–542 (1992).

Zhao, Y. (2016). “From deficiency to strength: Shifting the mindset about education inequality”. Journal of Social Issues, 72, 716–735.

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