El trauma en la infidelidad de pareja…

La infidelidad es una de las principales causas de separación en las parejas. Genera daños psicológicos que perduran en el tiempo y provoca trastornos psicológicos como ansiedad, trastornos somatomorfos y psicosomáticos incluso enfermedades mentales como la depresión. A pesar de que la infidelidad tiende a ser vista y asimilada de la misma manera universalmente, resulta imperativo definirla con respecto a ciertos constructos específicos en función de la evolución socio-cultural y de lo que se puede considerar como una relación de pareja en la actualidad.

El concepto de amor o de “estar enamorado” por lo general como constructo social, se basa en el  romanticismo. Un “amor-droga” que cubre los anhelos de acabar con el doloroso sentimiento de una insoportable soledad alienante y nos conecta a un placer total y a una fusión espiritual, además de la carnal con el “otro”. Se nos vende, “el amor romántico” como un amor cimentado sobre un contrato que, entre otras “cláusulas” estipula la monogamia como la base de la pareja. Este contrato amoroso se basa fundamentalmente en la fidelidad. Se trata de un contrato de exclusividad sexual. En otras palabras, el amor romántico es fundamentalmente monógamo. Dicha manera de amar, parece tener que ver con el cuidado, el darse, generar crecimiento de aquello que amamos y consolidar vínculos emocionales y apegos. Hay que recordar que el constructo social del “amor romántico” es el de “la media naranja”, tenemos que buscar lo que nos falta y nos complementa… como si no fuéramos únicos en nuestro concepto humano de individualidad.

Así, que se supone que el “AMOR” con mayúsculas el verdadero requiere de una madurez emocional y por lo tanto, debe haber un aprendizaje. Erich Fromm (2004), nos dice que amar es un arte que “requiere conocimiento y esfuerzo” Y para ello, es necesario humildad, coraje, fe y disciplina. Rollo May (2000) nos habla de la voluntad en el amor. En las culturas orientales se nos comenta bastante a menudo que para saber amar a otro, hay que saberse amar a uno mismo.

En este sentido, y en la época en que vivimos, de derrumbe de todas las utopías políticas y religiosas. La utopía amorosa cobraría un protagonismo hasta cierto punto de vista justificado, sino fuera porque  actualmente, la sociedad y la cultura líquida postmoderna en la que nos movemos, destruye todo lo concerniente a los vínculos y apegos conyugales, siendo estos sustituidos por redes en las cuales las relaciones son totalmente superficiales.

No son tiempos de compromiso sino de relaciones de bolsillo (Bauman, 2006). Y la cultura en la que estamos inmersos, justamente promueve lo contrario a los requisitos de un amor maduro y comprometido: consumidores impulsivos, poco reflexivos sin capacidad de autocrítica, enajenados, angustiados, solos, autómatas, narcisistas, inmaduros, infantiles, sin capacidad reflexiva, sin memoria. Una estructura social y cultural en la que surgiendo nuevos estilos de familia emergentes no nucleares y donde las relaciones fluctúan en base a nuevas estructuras no “hetero-normativas” sigue existiendo en el inconsciente social y cultural la dominación masculina patriarcal, sobre la femenina a través de la violencia en todos sus ámbitos.

Pensemos que la monogamia a nivel de control social no deja de ser un contrato antiquísimo que se produjo para que los “machos” de  la tribu no se enfrentarán a otras tribus rivales para conseguir a sus “hembras” como mera mercancía de guerra. Y sabemos también que biológicamente el ser humano es polígamo por naturaleza respecto al sexo masculino, ya que si no, ninguno de nosotros estaríamos aquí. Si el hombre prehistórico no hubiera puesto sus espermatozoides en diferentes mujeres, el “homo sapiens” se hubiera extinguido a causa de la intervención de otros depredadores más potentes y que estarían por encima de nosotros en la cadena alimenticia.

Por tanto, la hipocresía de la cultura patriarcal, según lo visto en estos últimos cientos de años radica en que es contraria a la monogamia (Pittman, 1994) y por tanto al amor romántico, aunque no lo parezca. Todos estos aspectos de los que hablamos, parecen del todo contradictorios con el desarrollo de esta sociedad postmoderna en la que nos movemos, caracterizada por una inteligencia fracasada, según José A. Marina, (2016). Pero realmente no lo son.

En una sociedad socialmente enferma en la que vivimos, donde los vínculos tienden a licuarse (Bauman, 2006), esto es, a debilitarse. Hablar de “fidelidad conyugal” puede resultar incluso anacrónico. Vivimos en una sociedad consumista en lo que todo dura nada, la fidelidad y la noción de “para siempre” pretenden sobrevivir, desde la hipocresía patriarcal. Ya que es la ley del embudo… el “para siempre” debe ser de la mujer hacia el hombre… lo que el hombre haga fuera de la relación conyugal es otro cantar. Insisto este es el estereotipo de patriarcado en el inconsciente colectivo y además una fuerza biológica y natural de la especie.

No obstante, los mitos postmodernos sobre la pareja nos siguen envolviendo y en el imaginario colectivo está la búsqueda de esa pareja ideal, fiel, eterna. Las principales dimensiones del comportamiento amoroso parecen ser la intimidad, el compromiso y la pasión (Herrera, 2010). La base: confianza y fidelidad. Por lo tanto, la fidelidad mutua en la pareja, conecta directamente con los dilemas existenciales y humanos profundos como el amor, la finitud o la muerte. El sentido de la vida, el vacío existencial, la soledad, la eternidad, el compromiso, la libertad, la confianza son bases en las relaciones conyugales. El psicoanalista Erich Fromm (2004) ya lo aclaró: “Cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre, y de la existencia humana”.

La psicología humanista va más allá de la corriente racionalista y afirma que a nivel humano, hay algo más profundo que pone de relieve la infidelidad amorosa, algo cuya dimensión va más allá de la cognición y su inutilidad, empapando globalmente la existencia humana, para que la falta de ello suponga una amenaza. Pienso yo que podría ser la parte biológica del ser humano antes citada, aunque en la actualidad el mayor depredador del ecosistema seamos nosotros. Por tanto tampoco me queda muy clara la afirmación de los humanistas respecto a la infidelidad. Aunque leyendo a Eric Fromm se empiezan a esclarecer las dudas.

El amor… Esa llave en la búsqueda de ese encadenamiento “libre” para así liberarnos de la vivencia de la separatividad que además de vergüenza y culpa, genera angustia. A través del amor, el ser humano pretende superar la separatividad, salir de la prisión de la soledad existencial (Fromm, 2004).

En una sociedad líquida como la actual, libre de ataduras, en donde el divorcio es fácil de obtener, ¿qué retiene a las personas en relaciones de larga duración?, acusadas, en muchos casos, de ser aburridas, monótonas, deficientes sexualmente, deficientes en su comunicación, desapasionadas, vacías, inmaduras, irracionales, exigentes, dependientes, violentas, etc…

Si elegimos “libremente” a la pareja, ¿qué retiene a la persona que comete la infidelidad? Por lo general, la persona infiel suele actuar quedándose en su relación o iniciando una nueva con la persona llamada “amante”. Rara vez, opta por quedarse sola. Y por ende, ¿Qué retiene a la persona que tolera lo intolerable: la infidelidad? Por regla general, particularmente en las relaciones de larga duración, la persona víctima de infidelidad intenta recomponer la relación. Rara vez opta también por quedarse sola.

Lo que nos lleva a que ambos integrantes de la pareja tienen algo en común, lo que parece estar de fondo en la problemática de la infidelidad es para ambas partes el conjurar la soledad (Fabretti, 1982). Porque la separación parece aún más traumática que la infidelidad. Ya sea esta mental y romántica a la búsqueda de una intimidad emocional con una tercera persona. O  por el simple hecho, de cómo se dice vulgarmente “echar un polvo” a destiempo con una tercera persona. Y aquí ya estamos hablando de ruptura de apego y vinculo emocional.

En complemento con lo dicho anteriormente, la persona que es infiel como consecuencia de su acción por lo general es invadida por un sentimiento de culpa y la primera vez que se quebranta el acuerdo de “monogamia” o “amor romántico” con la pareja primaria se recae en una justificación hacia sí mismo, evidenciada en frases como: “si no es sexual no cuenta”, “fue solo una vez” o “no quería hacerlo, estaba bajo el efecto del alcohol” etc. Por otro lado, las consecuencias de quien fue traicionado/a por su pareja giran alrededor de diferentes elementos compositores del sufrimiento. Quien es traicionado experimenta una total pérdida de identidad, además de sentimientos de humillación, culpa, enojo y sobre todo tristeza.

Si es traicionado el hombre en una pareja hetero-normativa los efectos emocionales son aún mayores, ya que en su inconsciente colectivo este hecho por parte de la mujer no se puede permitir. Y también suele existir “castigo” social a veces simbólico u otras veces no tanto, a nivel socio-cultural para el adulterio y la infidelidad femenina. No obstante si fuera al contrario y fuera él quien realiza la infidelidad, el sentimiento de culpa será menor, tendiendo al autoengaño, ya que a nivel social de patriarcado el adulterio masculino o infidelidad esta menos castigada. Dejar constancia que todavía hoy en día en algunos países, el adulterio femenino está castigado socialmente con la pena de muerte.

Sin embargo en las relaciones conyugales estables entre homosexuales o transexuales no suele existir el problema antes mencionado. Ya que el inconsciente de “patriarcado” no está asumido en su totalidad. No obstante matizo “no ocurre tanto” porque puede ocurrir también que en la infidelidad entre homosexuales con relaciones estables existan componentes de roles de cultura y constructo social patriarcal. Hechos que quedan totalmente suprimidos en las relaciones más liquidas y socialmente abiertas, tanto en el terreno hetero como en el homosexual. Y me refiero a relaciones conyugales poli-amorosas, (de tres o más participantes de forma consentida) tendentes incluso a formar familia. O de pareja “amigos-novios” (en el plano emocional) o en lo que se denomina vulgarmente como “folla-amigos” (en el plano sexual), teniendo terceras parejas estables.

La promesa o el “contrato” que se establece durante la etapa de enamoramiento de ser la persona exclusiva para el otro, es vista por ciertos autores como un engaño mutuo, que en el caso de la persona seductora, sería engaño a la pareja y en el caso de la persona enamorada, sería autoengaño. (Fabretti, 1982). Autoengaño que sólo es concebible dentro de una cultura del amor igualmente engañosa. La infidelidad supone la ruptura del autoengaño; éste ya no funciona. Supone un golpe duro y bajo para el narcisismo de “ser-lo-todo” para la otra persona. Ese narcisismo que consiste en escapar de los estados depresivos tan característicos de nuestros tiempos modernos y que “proliferan en nuestra sociedad debido a la debilidad de la voluntad, al egocentrismo y a la obsesión por uno mismo” (Herrera, 2010).

Pero… ya desde un punto de vista más de psicología clínica que social: ¿dónde empieza la infidelidad? El mito compartido dice que la infidelidad se produce cuando se está sexualmente con otra persona, es decir, cuando una de las partes traiciona el acuerdo mutuo libremente consensuado de monogamia o exclusividad sexual. No obstante, lo que en la clínica se observa, es que la infidelidad parece ser más bien la culminación de un proceso oculto y secreto  de separación, comenzado tiempo antes.

Proceso oculto y secreto, la mayor parte de veces inconsciente, porque para llegar a la infidelidad, la persona arrastra una crisis personal no compartida a veces durante unos cuantos años. Mientras que su pareja piensa que todo va bien o no tan mal. En cualquier caso, el proceso de engaño comienza mucho antes -aunque quizás culmine con la infidelidad-, con el secreto y la ocultación de un malestar psicológico, que nada tiene que ver con la pareja. Un sufrimiento que tiene relación con la historia personal de la persona infiel y que lo lleva arrastrando, inconscientemente, años. Ya sea por pura transformación personal, como por patología mental u otras causas.

La infidelidad a nivel clínico desvela fundamentalmente una crisis transicional. Así, parece tener relación con crisis individuales, dificultades no resueltas en el ciclo de vida de las personas (Salgado, 2003), dificultades de apego y de elaboración del duelo, que serían camufladas bajo la infidelidad y que nada tienen que ver con la pareja. Elementos patógenos como la disonancia cognitiva sobre el constructo de “amor romántico” que puede entrar en juego en ambas partes de la pareja.

A la persona infiel que mantiene su pareja primaria, posiblemente durante años, su desagradable estado psicológico le ha hecho cambiar mentalmente de actitud, y de conductas, todas ellas coherentes con la continuidad de la pareja, evitando, negando y disociándose de aquellas ideas, creencias, pensamientos o acciones disonantes que le pudieran llevar a la ruptura, lo que lleva a suponer que haya estado auto-engañándose durante años. En la persona traicionada, la disonancia cognitiva tendría la forma de autoengaño, es decir, de “ver la realidad de acuerdo con las propias creencias” (Nardone, 2016).

A nivel de la teoría del apego y duelo de Bowlby (1983). La infidelidad se produciría por una posible dificultad, en la persona infiel, de hacer el duelo y separarse de su pareja. Parece tratarse de un estilo de apego ansioso evitativo propio de las personalidades limites con perfil narcisista, antisociales u obsesivas (Lorenzini y Fonagi, 2014). Estas personas inhiben sus estados emocionales, particularmente si éstos son negativos. Es decir, no reconocerán ni su angustia, ni su malestar ni mucho menos buscarán apoyo. Su estilo evitativo inhibido provoca una disociación entre lo que viven en la relación (exterior) y en su interior, un “yo” exagerado compuesto de una imagen perfecta de sí mismas, evitando toda vulnerabilidad.

Por el contrario o de manera incluso complementaria, la clínica muestra que, en muchos casos, las personas que deciden permanecer en la relación y perdonar revelan un tipo de apego ansioso (Hazan y Shaver, 1987), inseguro o dependiente, excesivamente sensibles al rechazo y a la ansiedad. Personas que quieren que las quieran, al precio de anularse. En ellas, existe un profundo miedo al abandono. Complacen, cuidan, (sobre) protegen, idealizan. Suele ser propio de personalidades histriónicas y límites sin perfil narcisista, en el caso de que ellas sean las afectadas de la infidelidad. El duelo y la abstinencia parecen resultar insoportables de procesar, produciéndose posiblemente una depresión de abandono que les podría llevar incluso, al suicidio.

En las relaciones de esta dualidad tipológica de personalidades, también llamadas anaclíticas, su auto destructividad tiene como finalidad, inconsciente, mantener el apego a costa de sí mismas, de su identidad. Son denominadas “masoquistas relacionales”. Este tipo de personas tienden a recrear en sus relaciones circunstancias, normalmente relacionadas con la negligencia y el abandono emocional, que evocan el pasado, con la finalidad, inconsciente, de superarlas, produciendo, paradójicamente, el efecto contrario. Suelen ser personas que han sufrido malos tratos (psíquicos, físicos, sexuales) o problemas de apego en la infancia. Freud llamó a este fenómeno, compulsión a la repetición (Freud, 2001). Estas personas repiten en sus relaciones amorosas, por el tipo de “elección hecha” y el sufrimiento padecido. No deja de ser una autodefensa ante la ansiedad de separación. Apego aunque sea a través del sufrimiento; Este es el beneficio, confirmando permanentemente esa profunda sensación de injusticia. Sacrifican su poder –su potencial– en aras del amor romántico, estereotipado y fútil.

Si el romanticismo supone un alejamiento de la realidad (Tollinchi, 1989), el mito del “amor romántico” representa pues esa locura quijotesca en el caso de dulcinea, ese delirio, sobre el cual basamos nuestras frustradas expectativas. La cultura está llena de estos mitos: el príncipe azul, su vertiente femenina la bella durmiente o cenicienta, por mencionar algunos. Mitos que pretenden demostrar que las “folie-à-deux” amorosas son posibles y necesarias para consolidar la familia, aunque sean trastornos psicóticos compartidos. Esa idealización a la cual nos lleva la mitología romántica del amor, supone una fantasía, con la cual es imposible  y mejor no intimar.

La idealización busca la perfección, distorsionando las cualidades y el valor, en este caso, del objeto amado. De esta manera, éste, resulta engrandecido y exaltado, cuando no inventado, lo que no permite una valoración, digamos realista, de la persona amada ni de la persona que ama. La idealización pretende restaurar un estado primitivo de omnipotencia narcisista infantil (Klein, 1988). Para Mélanie Klein (este mecanismo de defensa está unido al de escisión (disociación) y negación, pues se vincula con una negación mágica omnipotente de aquellas características indeseables del objeto amado, lo que permite recubrirlo e investirlo de perfección.

En este sentido, el amor de la persona víctima de infidelidad hacia la persona infiel pone de relieve la magnificencia del ser amado, en tanto que refracta la inflación de la pequeñez de la persona infiel. Pero también, el sentimiento de inferioridad, la baja autoestima y la carencia afectiva de la persona que lo tolera y que necesita engrandecer al otro. Este amor parece haber sido un amor fantasioso, idealizado e idealista fruto de una distorsión perceptiva y una disociación entre lo bueno y lo malo. No parece un amor realista sino un amor ideal, romántico en su significado original derivado del término francés “roman”, novelesco.

El sujeto pasivo de la infidelidad, se viste de “amor”, cuando en realidad de lo que se trata, es de restaurar su narcisismo herido, su imagen personal dañada por no haber sido mirado, y valorado posiblemente en el pasado, en su esencia, quedando así un vacío emocional a llenar, una carencia afectiva a satisfacer, que el “amor romántico” se encargará de eliminar, desapareciendo con ello, estados de angustia, de vacío y, evitando el duelo de situaciones pasadas posiblemente no resueltas respecto al apego y vinculo emocional.

Por tanto en la infidelidad traumática, la victima de la misma y su aparato psíquico no son capaces de construir un sentido, de elaborar simbólicamente una representación de los afectos por desbordamiento emocional, por lo que se produce una regresión psíquica hacia un funcionamiento más primitivo y menos integrado, que suele ser el del niño herido.

En otras palabras, en el trauma se produce un flujo excesivo de excitación intolerable para el psiquismo del sujeto, de tal forma que, acaba generándose una serie de efectos patógenos que dan forma a trastornos de diversa índole. El psiquismo pierde el control, el equilibrio. El sujeto se vuelve prisionero de sus emociones, perdiendo la capacidad de enfrentarse a sí mismo. El sujeto se vuelve desconocido para sí mismo. Aparecen emociones que antes nunca había albergado como la ira, la rabia, el odio. Puede llegar incluso a pensar en matarse o matar o en vengarse.

Por lo tanto, a pesar de que la experiencia traumática tenga dos componentes, uno subjetivo y otro objetivo, podríamos decir sobre lo esencial del trauma: que “Es la experiencia subjetiva de los acontecimientos objetivos la que constituye el trauma… cuanto más cree uno que está en peligro, más traumatizado estará… psicológicamente, el resultado del trauma es una abrumadora emoción y un sentimiento de total impotencia. Puede o no, haber una lesión corporal, pero el trauma psicológico, junto con el trastorno fisiológico, juega un papel principal en los efectos a largo plazo” (Allen, J.G. 1995).

Efectivamente, sabemos que el trauma no puede definirse en base al evento externo “la infidelidad” sino en interacción constante con la persona que lo vive: “lo traumático es consecuencia de una específica interacción entre lo fáctico y la forma en que esto es vivenciado por el psiquismo”. Y la interacción en el trauma de infidelidad es la percepción y la integración del “otro” es decir, la pareja que es la persona que engaña.

Dado que, no todas las personas reaccionan igual ante un suceso, es difícil catalogar un suceso como traumático de manera generalizada o global. No obstante, las secuelas psicológicas de la infidelidad por parte de la persona que la vive en tanto que la sufre pasivamente, particularmente si la relación es de larga duración, suelen ser de tal magnitud, que podríamos considerar la infidelidad como un evento traumático para muchas personas, siendo conscientes de la dificultad y controversia que genera la conceptualización de tal diagnóstico (Crespo y Gómez, 2011).

En el caso que nos ocupa, la consideración de la infidelidad como evento traumático, parte fundamentalmente de las secuelas que dicho acontecimiento acarrea en sus víctimas y de la dificultad para “superarlo”. Y es así como toda una serie de síntomas se toman en cuenta a la hora de diferenciar un trauma psicológico y éstos podrían clasificarse en síntomas físicos y síntomas emocionales, en función de lo que se pueda considerar una amenaza o un peligro. Y en este caso una infidelidad es una amenaza hacia el “ego” del que la sufre, de su idealización hacia su pareja de su cognición y sus pensamientos respecto a la unión marital. Es decir del derrumbe de su propia vida respecto al de su pareja.

Entre los síntomas de la victima de infidelidad cabrían destacar los dolores de cabeza, o mareos frecuentes, insomnio, pesadillas, estado de alerta o hipervigilancia, nerviosismo, fatiga y desconcentración. Los síntomas emocionales son: estado de shock, incredulidad, negación, irritabilidad, ira, sentimientos de culpa y vergüenza, sentimiento de aflicción, ansiedad, confusión y aislamiento respecto a los hechos reales.

Esta fenomenología de las reacciones expuesta en la clínica en relación a la infidelidad, pone de manifiesto este cuadro sintomático detallado anteriormente, consistente fundamentalmente en esa profunda sensación de ruptura interior, expresada en múltiples ocasiones como un desgarro del alma que sumerge en las profundidades de un abismo indescriptible a quien la padece. En muchos casos esto es somatizado, debido, fundamentalmente a la desilusión por la pérdida de alguna de las creencias que configuraban su vida. Por tanto es una ruptura del “yo” lo mismo que si sufriríamos un duelo respecto a la muerte de un ser querido. Una infidelidad para quien la sufre no deja de ser una pérdida de un ser querido.

Por tanto, la negación como mecanismo de defensa, entra en juego y se convierte en protagonista para eludir el derrumbe psicológico, para evitar la ruptura interior, para evitar caer en la locura. La negación sirve para mitigar la agresión del impacto de la noticia o agresión; permite amortiguar ese primer impacto casi insoportable y atañe al afecto asociado a la noticia (Cyrulnik, 2013). En este sentido, la infidelidad es vivida como un peligro de desintegración psicológica de la persona. Todo se desmorona y aparecen sensaciones de abandono, desamparo, soledad y desesperación. Representa un estado de inquietud interna que no permite concentrarse ni realizar las tareas más comunes; se trata de una inquietud paralizante. La persona está constantemente invadida por una profunda sensación de peligro que no se va y de angustia existencial que le perturba constantemente. La angustia tiene que ver con el tiempo.

La angustia tiene también que ver con la soledad, una soledad en el sentido de aislamiento. La persona víctima de infidelidad, despierta de la inocencia; ha sido expulsada del jardín del Edén en donde se sentía confortable, cómoda. Estaba completa. Y la angustia que siente es porque se ve confrontada y enfrentada a la soledad de su individualidad. Una individualidad que se hace consciente, que se piensa por primera vez, posiblemente, en mucho tiempo. Se rompe el “amor romántico”.

La angustia presagia un cambio brusco, un salto al vacío, a la nada. Nos habla y anuncia la caída. Un despertar tras una época de estar adormilado/a, tranquilo/a, en seguridad. Con la infidelidad se pierde la inocencia… la inocencia de confiar, de volver a recuperar una seguridad de base perdida. La creencia de que la pareja nunca nos engañará. La persona víctima de infidelidad no vive la pareja con la posibilidad del engaño. De hecho, vivir con esa posibilidad es patológico: duda patológica, celos, paranoia. Esa es la paradoja: sin confianza no hay pareja pero vivir la realidad de la pareja hoy en día, sin autoengaños, entrañaría y de hecho entraña desconfianza ¿Qué se puede hacer entonces?

Por otro lado, la pareja infiel se vuelve extraña, no es reconocible… no se sabe ya quien es esa persona. El sentimiento de inseguridad se extiende a la propia historia vivida: ¿fue cierta? ¿me quiso? ¿me engañaba cuando me decía que me quería? Todo se reinterpreta, supuestamente de manera realista. El optimismo y la fe se pierden.

Lo que parece quedar claro en la clínica es que la infidelidad representa un peligro que emite una fuerte señal de alarma. La infidelidad es una amenaza real de una muerte anunciada. La infidelidad pone ante la tesitura de dejar de ser pareja y volver a un estado de célibe, de soltería, estado castigado, por otra parte, por nuestra sociedad. En la infidelidad se junta la angustia tanto por la amenaza ante la pérdida, como por el abandono, por la soledad. Es una angustia por despertar de un cierto estado infantil e ingenuo de confianza ciega. Aunque la pareja no muera, ya no será la misma. Hay una ruptura, una quiebra. La angustia es la señal de lo real, que nos diría Lacan (2006) con su nudo borromeo que se separa de lo simbólico y lo imaginario.

La culpa tiene que ver con la falta (Thalman, 2008). La persona víctima de infidelidad cree haber cometido una terrible falta. Piensa haber actuado mal. Supone haber incumplido una norma. Ese es el pensamiento que muchas personas creen firmemente y les atormenta cuando acuden a consulta. Están invadidas por pensamientos, y sensaciones concomitantes, de lo que se ha hecho o no se ha hecho, de lo que ha podido ser la causa de que la pareja la abandonara, y además por otra.

Algunas víctimas de infidelidad se sienten profundamente culpables y así también se lo refleja la sociedad al completo, por supuesto, de manera inconsciente vinculado al “amor romántico”. Le culpan y se culpa de no haber dado algo que su pareja necesitaba. Ni que decir tiene que en la mayor parte de casos, se hace referencia al sexo. De esa manera, se justifica que la persona sea infiel con razón. Craso error.

La culpa hace emerger a la superficie todos los defectos por los cuales una persona puede ser rechazada: la gordura, la menopausia, la falta de deseo. La culpa en definitiva nos pone delante de la falta, del fallo. ¿qué se ha hecho mal? ¿cuál ha sido el error? Así, se dedican a buscar en el pasado qué hicieron o dejaron de hacer, qué pudo desencadenar la infidelidad, pero todo esto será en vano. La persona que sufre la infidelidad ha sido desaprobada y esto genera ansiedad hasta tal punto de poder llegar a un estrés post-infidelidad.

La ansiedad es un trastorno que se caracteriza a nivel físico por dolores de cabeza, opresión en el pecho, falta de aire, temblores, palpitaciones, sudoración, molestias gástricas, nudo en el estómago, tensión, rigidez muscular, cansancio, hormigueo, sensaciones de mareo, inestabilidad, irritabilidad, trastornos del sueño, como en el caso de trastorno por estrés postraumático (TEPT) flashbacks respecto a la escena fundante (es decir, al momento en que la victima de infidelidad desvela la misma).

A nivel psicológico, la ansiedad se manifiesta a través de síntomas como una excesiva preocupación, sensación de volverse loco, sensación de agobio, pérdida de la confianza en sí mismo, bloqueos mentales, ganas de huir, de desaparecer, pensamientos negativos persistentes, miedos y fobias, despersonalización, sentimientos de vacío y de extrañeza, dificultad para tomar decisiones.

Ya no hay dudas, si es que las había. Ya es un hecho. Se va… se ha ido… ha traicionado. Se ha ido en secreto… sin hablar, sin dar explicaciones, sin dar la cara, sin asumir ninguna responsabilidad, echando la culpa a lo que no le han dado. La persona víctima de infidelidad se siente como un trapo usado. Cuestionando el para qué de tantos sacrificios, tanto invertido. Y emergen emociones como la ira y la rabia, emociones naturales difíciles de controlar. Ya no se es la misma persona. Hay una metamorfosis, una personalidad desconocida hasta entonces. Algunas películas como “Infiel”, además de la realidad, nos han mostrado que la rabia fruto de la infidelidad puede ser mortal.

La ira, esa emoción defensiva que emerge ante un comportamiento amenazante relacionado con la traición y el engaño, se desata con la infidelidad, ya que representa, además, una amenaza de un sistema de vida, de unos valores, de unas creencias. En la rabia se manifiesta una incapacidad para procesar emociones o vivencias (Parker, 2008), ya sea porque no ha sido suficientemente desarrollada o, porque se ha perdido temporalmente esta facultad, debido a un trauma reciente.

La percepción de injusticia desencadena la rabia, además de la frustración. Al respecto, la infidelidad es percibida como una injusticia, es decir, una mala conducta, una conducta negligente en contra del bien común que es la pareja. En la infidelidad ha habido un incumplimiento moral del acuerdo del “amor romántico”. Hemos expuesto que la infidelidad manifiesta una desigualdad, que no es sino una forma de injusticia. Refleja una relación de poder desequilibrada, en donde aquella persona que oculta y miente, no solo detenta el poder, sino que quita a la pareja la posibilidad de decidir. Por tanto aquí puede entrar en juego la venganza.

Querer vengarse deriva de la rabia. A través de la venganza, se pretende encontrar alivio emocional, que el daño sea restaurado, una especie de justicia compensatoria; se trata de equilibrar la balanza. Tener la sensación de que la pareja “se sale de rositas” respecto a su infidelidad, resulta casi insoportable. La venganza es una manera de quitarse el daño y trasladárselo a quien lo ha provocado. Parece pues un intento de igualar, de hacer justicia.

La venganza, ese impulso que nace del resentimiento por haber sido humillado, pretende devolver el daño, aunque finalmente, el resentimiento no se resuelve con la venganza (Améry, 2001). La venganza otorga sentido al dolor. La venganza… es “amor” germinado por la locura del dolor, pretende ser una liberación reparadora. La venganza, compuesta de elementos emocionales y cognitivos, parece más bien una estrategia desesperada para deshacerse del rencor, finalmente en vano. Al contrario de lo anhelado, con la venganza el trauma del que se pretende salir se actualiza. Por tanto entramos en bucle. En un círculo vicioso muy peligroso.

La venganza surge ante la ruptura de la confianza. Venganza y confianza son las dos caras de una misma moneda: el contrato social del “amor romántico”. Tenemos que entender que la pareja, esa persona que no nos iba a hacer daño se ha convertido en verdugo. De ahí la confusión: ¿cómo es posible? ¿cómo es posible que alguien que ame o haya amado, sea capaz de hacer tanto daño?

En la venganza se produce una escisión entre lo bueno y lo malo, un oscilar entre el amor y el odio, entre la idealización y la denigración (Lansky, 2009). Y lo peor es que ésta suele perdurar en el tiempo porque se mantiene en la memoria (Marina y López, 1999) a modo de fijación. Se puede conceptualizar el resentimiento como esa incapacidad para borrar el daño. Y eso es lo que mantiene a muchas personas víctimas de infidelidad en el “impass”: esa incapacidad de borrar. El resentimiento no permite soltar.

Instalado en el resentimiento, No puedes ni retroceder ni avanzar: “El resentimiento bloquea la salida a la dimensión auténticamente humana, al futuro y la víctima queda fijada al pasado deseando que «todo aquello» no hubiera ocurrido” (Sánchez, 2006). No hay restauración del daño, una reparación del perjuicio causado, lo que representaría una especie de justicia restaurativa. La infidelidad representa, en este sentido, un conflicto no resuelto, no elaborado.

La persona víctima de la infidelidad es una mera receptora de un daño ocasionado por la persona infiel, quien en muchos casos, no siente culpa: “Tanto la posibilidad de representación de lo que ha ocurrido como la culpa quedan en manos del agredido que se convierte en propietario de la verdad moral” y esto lleva a la depresión. (Sánchez 2006).

Muchas personas se presentan en consulta, abatidas y deprimidas después de una infidelidad. Tras una ardua lucha, en muchos casos, renuncian; se rinden. La rendición puede ser parcial, es decir, no afecta a todos los ámbitos de la vida, por ejemplo, la persona mantiene la actividad laboral. En este caso, aunque la renuncia no sea total, el malestar es generalizado. Lo que ocurre algunas veces es que la renuncia parcial, toma forma de evitar una futura implicación emocional. Es decir, que la persona víctima de infidelidad renuncia al afecto e incluso a las emociones. Construye una creencia irracional y disfuncional según la cual, si no se implica, nada puede sucederle (Muriana et al., 2007). Así, adopta una postura defensiva ante futuras posibilidades. Es una forma de ponerse la venda antes de la herida. La depresión en estos casos que, puede durar años, no se caracteriza por una tristeza permanente, sino que “el eje sintomático” se traslada de la tristeza a la inhibición, a la pérdida de iniciativa. De hecho, hay muchas personas que, como se dice popularmente, “no vuelven a rehacer su vida”.

La depresión supone la ruptura de un equilibrio. Supone la ruptura de una creencia, esto es, un pensamiento estructurado que la persona toma por verdad; una certeza, es decir, volvemos al constructo social de “amor romántico”. En el caso de la depresión, “la creencia de fondo se hace añicos, se rompe y el paciente incapaz de reconstruirla, renuncia”. La infidelidad establece un antes y un después. Ya nunca nada será lo mismo. La infidelidad no deja de ser una ruptura de creencias para el individuo que la sufre. Esta persona vivía en la creencia certera de la fidelidad. Pero es que en eso justamente se basa al amor monógamo y romántico; en la confianza. No es una creencia fabricada por sí misma. Es una creencia basada en un pacto mutuo, sin el cual, la pareja no sería viable. Por eso quizás, el profundo sentimiento de impotencia al no poder modificar la situación. Porque la infidelidad ha sucedido sin que ella o él puedan hacer nada, sin que ella o él lo sepan.

Una vez “revelada” la infidelidad, hay quienes deciden continuar con la relación. Pero no son pocas las personas que reviven una y otra vez el acontecimiento, ya que les invaden imágenes y fantasías sobre el acto mismo, incluso tras haber pasado años. Es lo que anteriormente en la ansiedad conceptualizábamos como “flashbacks”. Aparecen fenómenos como la desconfianza, los celos, la paranoia y la vigilancia, el registro, como manera de intentar controlar una situación que se escapa de las manos. Una multiplicidad de reacciones se desatan. Si la pareja ha sido capaz de mentir, saber la verdad se impone al precio que sea. Por tanto la víctima se enfoca en detalles, y nimiedades a veces pero que ahora, a la luz de la infidelidad, pueden ayudar a comprender, a explicar, a saber. Se adentra en un bucle del cual es difícil salir.

En esta situación, la persona víctima de infidelidad caracterialmente se transforma, aparecen lados oscuros que ni sospechaba. Se vuelve desconfiada, controladora, celosa. Audita las agendas, el móvil de la pareja, la persigue, la acecha en busca de nuevas pruebas de infidelidad. Y por tanto el fantasma de la infidelidad está ahí constantemente. Eso conlleva a que se entre en bucle y que muchas de las reacciones ya mencionadas en párrafos anteriores vuelvan a suceder, como el primer día. Es decir, es como si la persona víctima de infidelidad volviera a esa primera vez en que se enteró de la noticia y vuelve a pasar por todas las fases de shock, rabia, ira, deseos de venganza, tristeza, depresión, angustia, culpa, ansiedad, baja autoestima  y vergüenza.

Es como si la persona buscara entender, comprender… necesita explicaciones. Busca un motivo, una causa, una explicación. Busca comprender lo que pasó. Intenta aferrarse desesperadamente a la razón, al entendimiento y a la racionalidad como popularmente se dice “el agarrarse a un clavo ardiendo”. Es como si volviera constantemente al lugar del crimen para encajar las piezas. Porque la infidelidad, pertenece a lo inefable. De hecho, el acto de la infidelidad es un acto secreto, no dicho. Y esto genera en la victima de la infidelidad baja autoestima.

La baja autoestima en personas víctima de infidelidad viene de la pérdida de confianza en sí mismas y en sus capacidades, particularmente del hecho de verse sustituidas, reemplazadas, vencidas, inferiores a la persona amante. Algunas sienten que han fracasado tanto en su identidad personal como de género. Las personas así, se sienten inseguras, no confían en sus capacidades, abandonando, en muchos casos, actividades placenteras como el deporte, la lectura, etc.

Aparecen rumiaciones, pensamientos machacantes y recurrentes, casi obsesivos sobre la imagen, y el autoconcepto. En este sentido, la persona va intentar lidiar con este sentimiento o bien inhibiéndose aún más o bien, compensándolo, de manera compulsiva, en una especie de explosión maniaca. La compulsión puede suponer el buscar sexo arriesgado, para compensar la infidelidad, las drogas, el alcohol, la adicción al trabajo, etc. Y aquí aparece la vergüenza.

La vergüenza está ligada al sentimiento de inferioridad: “la vergüenza es un sentimiento penoso de inferioridad, indignidad o deprecio ante los demás” (Thalman, 2008). Y aquí es donde nos encontramos con la dimensión social de la infidelidad, que muy a menudo se ignora. La persona víctima de infidelidad se para a pensar en lo que los demás pensarán de ella, interpreta que los demás verán algo que ella no ve, en quién lo sabe y lo sabía antes que ella. Cómo popularmente se dice: “el cornudo es el último en enterarse”. A ojos de los demás, se siente culpable, fracasado/a y teme ser juzgado/a. Por eso, tiende a esconderse. Quisiera desaparecer. Porque, recordemos, que la infidelidad, en la mitología popular y en el constructo social de “amor romántico” ocurre porque esa persona no le ha dado algo que se suponía que le tenía que dar ya que la “media naranja” se complementa. Es decir, que la infidelidad, desde esta errónea perspectiva, es culpa del sujeto pasivo de la misma o “victima” y no del que la realiza. De ahí la vergüenza social. Todo el mundo sabrá que ella o él no le ha dado algo. Ella o él será por tanto el o la culpable.

Dadas las secuelas que la infidelidad produce en algunas personas, particularmente en parejas de larga duración y que deciden continuar con la relación, podríamos considerar la infidelidad como trauma, y situar los síntomas de algunas personas víctimas de infidelidad dentro de la categoría diagnóstica de estrés postraumático. Precisando que no todas las personas víctimas de infidelidad presentan esta sintomatología particular. La reacción psicológica ante la infidelidad depende de muchas variables como la edad, las circunstancias, la estabilidad de la pareja, los recursos psicológicos, la red social, y la propia personalidad, entre otras.

Para comenzar, debemos precisar que el trastorno de estrés postraumático es ante todo un trastorno de ansiedad. Un estado de inseguridad, conmoción, intranquilidad, nerviosismo y preocupación, que caracteriza a algunas personas que han sido víctimas de infidelidad. Estado que puede extenderse a lo largo del tiempo e, incluso cronificarse. Estas personas ven su vida, sus sueños, sus proyectos peligrar, cuando no, desaparecer. Este estado anímico no permite dormir, relajarse, estar en determinados lugares, alimentarse, al contrario, desencadena muchas otras reacciones como la hipervigilancia, falta de apetito porque el estómago se cierra, agitación psicomotriz en muchos casos, dolores diversos de origen tensional. Es un estado que lo invade todo y genera mucho miedo fundamentalmente por la sensación de no poder controlar la situación.

La sorpresa del desvelamiento de la infidelidad en la mayor parte de ocasiones, en un primer momento, deja sin capacidad de reacción. La persona entra como en un estado de parálisis. En algunos casos, no se siente nada. Se han dado casos de algunas personas que dijeron que empezaron a reaccionar, al darse cuenta y a tomar conciencia de la infidelidad a los seis meses de haberse producido. Y al año, empezar  a preguntar finalmente al cónyuge, lo que realmente había sucedido. Es decir, la victima de la infidelidad no puede creerlo.

Resumiendo y finalizando este post sin querer entran en matices o clasificaciones etológicas vinculadas al diagnostico clínico basado en el DSM-V respecto al trauma y a su relación y comorbilidad con sucesos sociales y de pareja en la infidelidad. Resumo diciendo que existe respecto a este problema una problemática que tiene, en muchos casos, graves consecuencias en la salud mental de la víctima y para la familia en general. Hay que precisar que las víctimas de infidelidad son numerosas y las consecuencias tienen un coste económico y emocional muy elevado. Desgraciadamente, la bibliografía respecto a estos temas es escasa y poco rigurosa y llama la atención que no sea un foco de estudio de investigación más destacado.

La psicología, y por extensión las ciencias y la sanidad en general, abordan poco y mal asuntos existenciales y filosóficos tales como el amor, la fidelidad, la voluntad, la honestidad, la fe, el perdón, la lealtad, el sufrimiento, el dolor, el daño, la moral, la ética, la libertad de las personas. La sociedad tampoco ayuda porque no desmitifica ni los juicios ni los prejuicios que tiene respecto a este tema.

A veces los constructos sociales están por encima del bien común, ya que estos sirven meramente para control social. De hecho en este post he colado algún vulgarismo (pido disculpas a los lectores) para que se entendieran mejor los conceptos. Estos vulgarismos o lenguaje coloquial no deja de ser también un prejuicio social respecto al tema en cuestión, lo que ocurre es que consideraba que podian ser clarificadores. A destacar también que la sexualidad esta implementada a nivel social como control social, pero este es otro tema. Que podría ser planteado en posteriores post.

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