Vergüenza vs Coraje…

¿Quién no ha sentido vergüenza o culpa, alguna vez en la vida? Sabemos que estos afectos más que emociones, están ligados a las conductas prosociales. La vergüenza (no ser…) solo aparece ante la mirada del “otro”, ante alguien que nos puede juzgar o ante quien deseamos aparecer como válidos y excepcionales. La culpa por el contrario (no hacer…) aparece ante nuestra propia mirada.

Que la vergüenza es un afecto estrechamente ligado a la conciencia moral nos parece indiscutible, o incluso obvio como lo demuestra el hecho de ser algo desconocido para quienes tienen anestesia moral. En post anteriores donde abordo psicopatías como el narcisismo: ver link. Los expertos en el tema desde Cleckley a Robert Hare, comentan en sus escritos que el psicópata carece de remordimientos. No solo, no contempla el arrepentimiento o la culpa, ante las acciones inmorales o delictivas cometidas. Sino que, además, también muestra la ausencia de la capacidad de avergonzarse por ellas.

Sentirse avergonzado en alguna ocasión, el que nos dé vergüenza hacer tal o cual cosa, es síntoma de que NO carecemos de sensibilidad moral, de que somos fieles a nuestros ideales y nos sentimos mal si los pasamos por alto… y eso es bueno. De que nos importa el juicio de los demás o el nuestro propio y eso en un primer momento también es bueno, aunque con reservas… que luego explicaré. De hecho, el sentimiento de vergüenza es uno de los garantes de la conducta moral, lo que nos permite evolutivamente hablando, preservar lo íntimo de lo público, separar lo bueno de lo malo en función de nuestros valores, o de los valores introyectados en nuestra socialización primaria por nuestros referentes y educadores.

Pero ¿esa mirada del “otro” – que comentaba anteriormente a nivel social -, debe estar realmente presente? ¿Y nosotros mismos? ¿Podemos auto juzgarnos y considerarnos infames… o no merecedores? ¿llevamos dentro los objetos internalizados “juzgantes”?…  Desde muy niños hemos ido internalizando figuras significativas a modo de “objetos del self” (Kohut, 1971), que actuarán posteriormente como tales, ante los que nos podemos avergonzar. Estos objetos son figuras internas que, aunque en la actualidad no son de carne y hueso y no nos miran con ojos acusadores, han estado presentes y los llevamos dentro de nosotros conformando nuestros ideales, normas morales e ideas sobre lo bueno y lo malo. Ya sean nuestros referentes, nuestros educadores, nuestras ideologías no deconstruidas, o nuestras estructuras morales o religiosas.

En una palabra, también existe una mirada interna escrutadora que nos hará sentir avergonzados si desafiamos alguna norma o ideal. Así, la vergüenza se experimenta ante el espejo del “otro”, ante los ojos del “otro” del que deseamos amor y admiración y ese “otro” lamentablemente también somos nosotros mismos.

Dejando el sesgo psicoanalista respecto a esta exposición sobre la vergüenza y la culpa, y considerando que tanto una como otra se pueden catalogar como afectos o sentimientos de autoconciencia. Y que estos afectos transitan por un continuo dentro de la normalidad, que pueden causar polaridades extremas patológicas, intentaré diferenciarlas para su mejor comprensión.

A nivel psicológico:

Respecto a las polaridades extremas, como hemos comentado anteriormente, los psicópatas narcisistas carecen totalmente de estos afectos. Por el contrario, existen las personas inseguras de sí mismas, que afectan un sentido del ridículo tan exacerbado e intenso que, con temor a ser criticadas, la vergüenza (el no ser…) se convierte en su forma habitual de relacionarse con los demás y con el medio.

Estas personas suelen cursar, trastorno de la personalidad por evitación o fobia social, donde el miedo patológico al ridículo o a quedar en evidencia los lleva a evitar las situaciones en las que correrían el riesgo de sentirse humillados. Aunque desean por todos los medios establecer relaciones sociales, la vergüenza les atenaza y les paraliza, llevándoles estas conductas a tener sentimientos de culpabilidad, (no hacer…) y así, se cierra el círculo.

En un punto medio situaríamos la vergüenza normal que todos solemos tener (unos más que otros…), esa sensación de ridículo y de desnudez que experimentamos cuando hemos sido sorprendidos en una falta, en una mentira, en una acción deshonrosa, en una actitud hipócrita o en un comportamiento indecoroso que atenta contra las normas de la moral o de la buena educación.

Es decir, normalmente los afectos de vergüenza y culpa van correlacionados, y pertenecen a nuestras vulnerabilidades infantiles, si tengo vergüenza no me permito ser, si tengo culpa no me permito hacer. Por tanto, me avergüenzo de lo que soy y me culpo de lo que hago.

El médico y psicoanalista húngaro Franz Alexander (1891 – 1964) precursor de la psicosomática psicoanalítica, en 1938 ya estableció una relación cíclica entre la vergüenza y la culpa. Describía a ésta cómo el estado displacentero del “self” que lleva a veces al sujeto hacia un comportamiento agresivo que despierta la culpa. La culpa produce una disminución del poder del “self” que da lugar a un self debilitado, circunstancia que facilita que aparezca otra vez la vergüenza (en Seidler, 2000). Realmente es un bucle “afecto/acción” que inmoviliza lo mismo que el miedo.

Pero antes de seguir comentando estos afectos desde un punto de vista psicológico, sería conveniente exponer una clasificación de la vergüenza respecto a la culpa, para su mejor comprensión y diferenciación.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (22ª edición) define la vergüenza como:

  1. Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena.
  2. Pundonor, estimación de la propia honra.

Siguiendo a Mario Rossi (1998), en la palabra vergüenza se acogen varios campos semánticos que suponen distintos sectores de la experiencia:

  • Vergüenza como turbación, temor o restricción: Este significado remite a un trauma, a algo que hay que ocultar, o también puede ser vehicular a un sentimiento de culpa respecto a alguna acción cometida.
  • Vergüenza como embarazo, pudor, modestia, reserva, timidez: En este aspecto ya se capta un significado más relacional vincular al desarrollo evolutivo. Y a funciones positivas y valorativas del sujeto.
  • Vergüenza como rubor: En este significado nos movemos por el área somática y corporal de la vergüenza, o, si preferimos, psicosomática. La piel, la cara se convierte en signo externo y objetivo de la emoción vergonzosa; de forma automática (por la acción del sistema simpático) la piel del rostro se enrojece, el calor nos hace sudar y la emoción puede ser detectada por los demás. (tiene mucha relación con el concepto anterior comentado).
  • Vergüenza como sinónimo de los órganos genitales, expresado en plural… “las vergüenzas”: es otra expresión del carácter corporal de la vergüenza, que atañe a una parte del cuerpo muy íntima y que hay que esconder. Esta muy condicionada por la cultura judeocristiana y el mito de Adán y Eva, (trasgredir la norma a nivel religioso). Aquí también entraría el preservarnos de realizar en público acciones primarias como puede ser: la higiene, el orinar, defecar, o realizar actos sexuales. Es una afectación típicamente humana, los animales carecen de esta vergüenza, por el contrario, a nivel socializador las otras “vergüenzas” las poseen igual los animales que los humanos.
  • Vergüenza como ofensa, deshonor, ignominia, mancha, infamia: Aquí se muestra la otra cara relacional de la vergüenza, el aspecto acusatorio o paranoide de la misma. Muy vinculada a nivel social, profesional y de estatus. Se suele dar en ambientes institucionales (colegio, familia) o políticos/militares, con pérdidas de poder en los roles de mando.

En definitiva y sintetizando, estas conceptualizaciones de la vergüenza se pueden resumir en: vergüenza de culpa, (alteración de ánimo que se resuelve con la reparación), vergüenza del pundonor (sentimiento de pérdida o humillación que suele resolverse con defensas esquizo/paranoides: hostilidad, venganza o indefensión) y vergüenza del pudor o recato, (desafecto que tiende a la ocultación o a preservar el cuerpo físico ante el otro).

En este sentido podríamos hablar también de desvergüenza e impudor: desvergüenza no es solo mostrar al otro lo privado e íntimo, hacer visible lo que culturalmente debe hacerse en la intimidad (como ya hemos dicho mostrar los genitales, o realizar las actividades primarias como el acto sexual, orinar, defecar, higiene…), sino que también lo es mostrar sin pudor la intimidad emocional, los “trapos sucios” expuestos al público de la forma más descarnada, que es lo que ocurre con la “telebasura” y el “amarillismo” que inunda nuestras pantallas. Desde mi punto de vista programas como “sálvame” o algunos “reality shows” se podrían considerar como porno duro. Programas por otro lado, que vemos la mayoría, aunque digamos en público lo contrario.

Como hemos comentado anteriormente la vergüenza y la culpa van unidas. Pero también sabemos que la primera afecta a nuestro ego y la segunda a la relación que tenemos con los demás. No obstante, hay que saber diferenciarlas:

VERGÜENZA

CULPA

Uno se avergüenza de lo que es. Uno se siente culpable de lo que hace
Fallo, no estar a la altura Transgresión
Ideal del “YO” Super-Yo (Freudiano) censor.
Se propaga al cuerpo o desaparece, es eliminada o transformada en otros sentimientos, como la rabia, (curso corto) Genera rechazo de uno mismo, frustración y venganza (curso largo)
Afecta al “Self” global Afecta a hechos concretos
Condición de sumisión, pasividad, ausencia de poder El Self mantiene posición de actividad, aunque no de poder.
Temor: a ser rechazado Temor: a ser castigado
En el mundo íntimo de un avergonzado hay un detractor que le dice “eres despreciable” En el mundo íntimo de un culpable hay un tribunal que le condena: “eres culpable”.
El avergonzado se esconde, niega o se escapa al momento, cursa acción a corto plazo. El culpable se castiga, repara o expía (confiesa, pide disculpas o se esfuerza para deshacer el mal), puede vengarse a l/p.
Reacción activa de contención sumisa, o posible respuesta violenta narcisista de contraataque, en muy puntuales ocasiones Sumisión

 

Tangney et al. (2011) señalan, asimismo, que la culpa es la emoción moral más adaptativa, mientras que la vergüenza puede acarrear graves consecuencias. Por ejemplo, la vergüenza correlaciona positivamente con conductas agresivas, sobre todo en aquellas personas con un nivel alto de narcisismo. En un intento de escapar a los sentimientos dolorosos de vergüenza, el sujeto avergonzado puede invertir los papeles, externalizando la rabia y la ira sobre un chivo expiatorio conveniente. De esta forma, quien ha sido (o se ha sentido) avergonzado intenta recuperar para su vida algún nivel de control y superioridad.

Los sentimientos de vergüenza están unidos a una amplia gama de trastornos como la baja autoestima, depresión, ansiedad, trastornos de la alimentación, trastorno de estrés postraumático, ideación suicida, comisión de delitos violentos y dependencia de sustancias. En suma, la propensión al sentimiento de vergüenza parece ser desadaptativo, mientras que la propensión a la culpa parece funcionar como un factor protector a nivel social.

No obstante, como en todo hecho terapéutico, estamos hablando de una cuestión de grado. También puede generar consecuencias nocivas la “culpa subjetiva”, (tanto consciente como inconsciente), respecto a problemas desadaptativos familiares. Sobre todo, en función de duelos no resueltos, conflictos familiares no cerrados con defunción de uno de los implicados etc.

Lo que ocurre es que la gente confunde, todos estos aspectos referidos a la carga de responsabilidades sociales que estas situaciones pueden implicar. Por ejemplo, sentirse culpable respecto al cuidado de una madre anciana y enferma que fallece… un hermano al que se ha dejado de hablar por una cuestión banal… que también fallece. Un amigo, un hijo, una pareja etc.… con los que se ha roto vínculos por desencuentros varios.

La gente identifica todos estos hechos con sentimientos de culpa, pero realmente lo que ocurre es que la persona no sabe identificar la afectación. Todas estas circunstancias a la vez se resumen en un “no estar a la altura” y eso no es culpa es vergüenza, como hemos comentado anteriormente. Por eso lo denominaba anteriormente “culpa subjetiva” ya que conlleva una acción posterior. Hay que entender, que a veces en la vida, uno no puede hacer más de lo que hace en función de las circunstancias y por tanto hay que enseñarle que no tiene porque sentirse culpable y mucho menos sentir vergüenza.

A nivel evolutivo:

Para Morrison (2008) existe una secuencia para el desarrollo de la vergüenza. Inicialmente y de forma innata, el niño muestra sentimientos displacenteros ante la ausencia de respuesta parental a sus necesidades o por demandas excesivas que se ve incapaz de cumplir, dificultándose la interiorización de los “objetos del self”, conduciendo progresivamente a la evolución de una sensibilidad a la vergüenza. Esto ocurre cuando el sujeto no consigue lo que anhela.

Sobre los dieciocho meses en el niño se va instaurando una autoconciencia y la separación entre el “self” y los “otros”. En este momento entran en juego elementos de comparación y competición (¿por qué al otro le hacen caso y a mí no?), junto al desarrollo de la capacidad de simbolización e imaginación y de formar juicios auto-vergonzantes. Estas últimas funciones contribuyen a la formación de ideales y a la formación de un “self ideal” (imagen que se quiere dar respecto al “otro”).

En este momento la vergüenza ha sido interiorizada, por lo que a partir de ahora este sentimiento se puede suscitar tanto desde dentro (“ante mis propios ojos”) como desde fuera (“ante la mirada del otro”). Así, la vergüenza representa el espacio que hay entre los ideales de sí mismo (la imagen de sí a la que uno aspira) y el sentimiento de sí en realidad (la imagen de uno mismo como es).

Cuanto más grande sea la distancia entre estas dos imágenes, mayor será la intensidad de la vergüenza sentida y el desplazamiento hacia estados neuróticos. Obviamente nuestros ideales se ven influidos por las relaciones con nuestro medio cultural, familiar y de relaciones; una vez interiorizados juegan un papel importante en nuestras emociones y en la idea que tenemos de nosotros mismos, esto es, de nuestro yo-real. Así, cuanto mayor es la diferencia entre el “self real” y el “self ideal”, mayor es la vulnerabilidad a la herida narcisista y, con ello, mayor la facilidad para que surjan sentimientos de vergüenza.

A nivel psicopatológico:

Para Kohut (1971), los trastornos narcisistas (derivados de la falla en la formación de un self cohesivo) se expresan por sensación de aburrimiento o insatisfacción interna, ausencia de sensaciones placenteras e intensos sentimientos de vergüenza. También son características la frialdad emocional y la frecuente aparición de perversiones sexuales.

Desde otro punto de vista hay determinadas condiciones patológicas en las que se observa desinhibición conductual con pérdida del pudor. Por ejemplo, en algunas demencias (sobre todo cuando hay deterioro de la corteza prefrontal): el paciente se pasea desnudo o hace sus necesidades en público, muestra conductas sexuales desinhibidas, habla sin tapujos de todo lo que se le ocurre, utiliza palabras malsonantes… Lo mismo puede suceder en episodios maníacos del trastorno bipolar o bajo los efectos de sustancias estimulantes o algunas depresoras como el alcohol.

En la adolescencia la vergüenza es muy soluble en el alcohol según (Rossi, 1998), debido a la inhibición de las áreas moduladoras de la conducta. Quien no recuerda… el intentar sacar a bailar en la discoteca al chico/a que nos gustaba y por vergüenza para poder desinhibirnos y realizar esa “acción heroica” tomarnos antes un par de copas…

Por ejemplo, en trastornos del control de impulsos la persona se involucra en actos en cortocircuito, sin tiempo a meditar sobre las consecuencias que puede tener. Sí es cierto que a veces, a posteriori, estas conductas son egodistónicas, es decir, una vez llevadas a cabo la persona puede sentirse avergonzada por su acción.

En el trastorno límite de la personalidad (borderline) también pueden observarse episodios de desinhibición (sobre todo, sexual en féminas o transgénero), llamadas de atención dramáticas y rasgos impulsivos. Lo mismo (y como prototipo) sucede en el trastorno antisocial de la personalidad, donde se cometen actos inmorales, crueles o delictivos (sobre todo en varones).

En ausencia de sentimiento de culpa o vergüenza. No hay posibilidad de arrepentimiento porque no hay conexión empática con el otro. Aunque puede existir una correcta mentalización (el antisocial puede saber que los demás tienen pensamientos o sentimientos), no existe resonancia afectiva al respecto. Dicho de otro modo: aunque sepa lo que el otro pueda sentir, al antisocial le da lo mismo.

Una relación evidente es la que existe entre la vergüenza y la fobia social o el trastorno por evitación comentados anteriormente (trastorno de personalidad evasiva, según el DSM-V). La definición del trastorno de ansiedad social supone “ansiedad intensa en situaciones sociales en las que el individuo está expuesto al posible examen por parte de otras personas”. El trastorno de personalidad evasiva indica “un patrón dominante de inhibición social, sentimientos de incompetencia e hipersensibilidad a la evaluación negativa”. Con todo lo que he ido explicando hasta ahora creo que resulta superfluo recalcar la relevancia que tiene el sentimiento de vergüenza en estas alteraciones.

Defensas contra la vergüenza:

El afecto de vergüenza, en cuanto emoción que puede ser interiorizada y no siempre consciente, puede poner en marcha diferentes modos de defensa. A esto se refiere el modelo propugnado por Nathanson (1992), la “brújula de la vergüenza”:

  • Retirada: Ocultación. El sujeto quiere limitar lo más posible el exponerse, tanto físicamente (taparse los ojos, marcharse del lugar, no acudir a determinados lugares que puedan reavivar ese dolor) como psíquicamente (evitando mostrar sus pensamientos y sentimientos). Vinculado a la herida narcisista.
  • Ataque autodirigido: Consiste en un recurso a la autocrítica, una vuelta contra sí mismo implacable para intentar conjurar la vergüenza derivada de la crítica de los demás. Infligirse a sí mismo lo que se teme que el otro nos haga evita que la vergüenza se convierta en ofensa y en herida narcisista, poniéndola bajo control propio.
  • Evitación-desconocimiento: El sujeto intenta obviar y no tener en cuenta todo lo que disminuye la propia imagen, busca la perfección para mantenerse por encima de cualquier crítica. Además, puede haber un recurso al empleo de sustancias euforizantes como antídoto contra la vergüenza ya que, como el “Super-Yo”, freudiano, la vergüenza es soluble en alcohol (Rossi, 1998).
  • Ataque hetero dirigido: Como variedad del ataque autodirigido que comentamos antes, ante situaciones que susciten tal emoción el sujeto puede actuar activamente e infligir a otros las heridas narcisistas que teme sufrir él mismo. Así, mediante la proyección, puede atribuir a otros fracasos propios, o puede transformar la vergüenza en rabia, destino de un gran interés en el estudio de trastornos narcisistas y algunos psicóticos, como el trastorno delirante, (Kohut, 1971).

A nivel cultural:

Según la antropóloga neoyorquina Ruth Benedict (1887 – 1948), para un hombre de la “cultura de la culpa”, (Europa Occidental, América, culturas judeo cristianas), el sumo bien no es disfrutar de una conciencia tranquila, sino disfrutar de estima pública; para el hombre de la “cultura de la vergüenza”, (la Grecia clásica, parte de Europa Oriental, Asia, Japón y el islamismo más fundamentalista), la paz y la felicidad se alcanzan cuando se libera la represión de deseos no reconocidos, de forma que el sujeto sabe y acepta lo que realmente quiere y cómo pretende conseguirlo, (Benedict, 1946).

Así, para las culturas de la vergüenza, lo realmente terrible de un acto moralmente reprobable es ser descubierto, mientras que, para una cultura de la culpa, lo terrible es cometer un acto reprobable. De ahí que el castigo, o la necesidad de reparación, en una sociedad de la vergüenza sea mucho más elevado que en una sociedad de la culpa.

Por ejemplo, cuando un japonés es descubierto en un acto de corrupción, la humillación pública a la que es sometido es enorme, ya que… al ser una cultura de la vergüenza, la humillación es una penitencia realmente eficaz; además, al estar relacionado con el honor está bien visto el suicidio como acto honorable.

El hecho de morir para los samuráis en su época, era un acto sublime que debía ser realizado con dignidad, por lo que era preferible suicidarse (hara-kiri o seppukku), que envejecer o enfermar. Esto se ve plasmado de forma muy gráfica en los acontecimientos históricos sucedidos en Genroku Akō, (1701 – 1703) hechos que dieron lugar cuando ya fueron conocidos, a una leyenda japonesa referida a un grupo de samuráis errantes, sin amo; que vengan la muerte de su señor, según sus leyes del bushidō.

Estos hechos se plasmaron en una excelente película, 47 rōnin donde se relata y se escenifican todos los componentes culturales de la vergüenza y humillación en las sociedades japonesas. Y lo mismo podemos decir de los “códigos de honor”, o de las muertes a hijas de familias islámicas cuando su honor ha sido mancillado por amar a un hombre no “apropiado” según ellos.

Cuando una mujer es violada en Jordania se ha manchado el honor de la familia, por lo que la víctima suele ser asesinada por miembros de su propia familia para así limpiar el honor. De ahí que muy pocas violaciones sean denunciadas, quedando así en el terreno de aquello que no se hace público. Aquí estaríamos hablando de la vergüenza como ofensa, deshonor, ignominia, mancha, o infamia que comentaba anteriormente.

Las culturas de la culpa, como la occidental, debido a sus raíces judeo cristianas, hacen sentirse culpable a quien realiza un acto moralmente reprobable, por temor a ser descubierto. Hasta el punto de que, en numerosas ocasiones, el hacer público el delito, o el acto moralmente reprobable (confesión privada), es la única salida para quien se siente terriblemente culpable de lo que ha hecho. Es una forma de “resetear” y seguir adelante bastante hipócrita.

Esto es algo realmente impensable en una sociedad con una cultura de la “vergüenza” como la japonesa (donde lo que valen son los hechos y no la contracción o el perdón). La humillación en oriente también es un arma de sometimiento poderosísima, utilizada en regímenes totalitarios, dictaduras o algunos centros de internamiento, donde no se permite poseer ningún recinto privado y todo ha de hacerse delante de los demás.

Sabemos que la vergüenza es un afecto diversificado de una emoción más básica que es el miedo. En esta época que nos ha tocado vivir, con pandemias incluidas, nos colocamos en esta emoción primaria bastante a menudo. Miedo a perder, miedo a mostrarme, miedo a enfermar, miedo a sentir vergüenza… (emoción esta última desarrollada en otro post anterior), el cual sería también conveniente leer: ver link.

Pues busquemos la herramienta que todos tenemos para paliar esos estados de miedo… esa herramienta es “el coraje”. La palabra coraje deriva del francés antiguo “courage” compuesto por la raíz “cour” que significa corazón. En este sentido, coraje es aquel que “tiene fuerza o se esfuerza de corazón”.

El primer paso para activar este antídoto pasa por reconocer los desencadenantes de “nuestras vergüenzas”. La vergüenza a veces es simplemente el pensar que no cumplimos las expectativas de los “otros” y por tanto tenemos miedo a la crítica y al señalamiento. De ahí, que debemos siempre centrarnos en nuestras expectativas. Por tanto, necesitamos coraje para combatir los afectos de culpa o de vergüenza.

Para atreverse a romper los cánones sociales, familiares, estéticos, normativos, aunque nos pase factura, se necesita coraje. Para perder el miedo al fracaso, y si fracasamos y tenemos sentimiento de culpa; levantarse y volver a intentarlo, se necesita coraje. Para perder el miedo a ser vulnerables y mostrarnos, se necesita coraje. Para perder el miedo a amar de verdad y no a generar dependencias, también se necesita coraje.

El mayor coraje en la vida (como sinónimo de valentía, no de enojo), es el que se utiliza en atreverse a ser uno mismo. Coraje para enfrentarse a las situaciones adversas, aunque nos critiquen. Coraje para intentar convertir nuestros sueños en realidad, aunque fallemos y no lo consigamos… y aún así, seguir y perseverar para luchar por lo que queremos. Y de esta manera con el coraje, gestionar tanto el miedo como la vergüenza. Seamos samuráis…

Uno de los escritos que mejor describen el sentimiento de coraje es el del “hombre en la arena”. El “hombre en la arena” es una de las partes del discurso que Theodore Roosevelt, decimosexto presidente de los Estados Unidos, pronunció en la universidad de La Sorbona en Paris el 23 de abril de 1910. El nombre oficial del discurso era en realidad “La ciudadanía de la República”, pero quedó con el título del “Hombre en la arena” por el fabuloso fragmento que se hizo universal. Su mensaje no está dirigido, por supuesto, solo al hombre, también a la mujer, en cuanto es una alusión genérica. Y con su traducción al castellano, me despido en este post.

(…) No es el crítico quien cuenta;

ni aquél que señala cómo el hombre fuerte se tambalea,

o dónde el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor.

El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena,

con el rostro desfigurado por el polvo, el sudor y la sangre;

quien se esfuerza valientemente; quien erra,

quien da un traspié tras otro,

pues no hay esfuerzo sin error ni fallo;

pero quien realmente se empeña en lograr su cometido;

quien conoce grandes entusiasmos,

las grandes devociones;

quien se consagra a una causa digna;

quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso,

y quien, en el peor de los casos,

si fracasa,

al menos fracasa atreviéndose en grande,

de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota. (…)

Theodore Roosevelt

Bibliografía:

Benedict, R. (1946) “The Chrysanthemum and the Sword: Patterns of Japanese Culture”. Ed. Houghton Mifflin Harcourt. USA.

Kohut, H. (1971). “Análisis del self”. Ed. Amorrortu, Buenos Aires.

Morrison, A. (2008). “Fenómenos narcisistas y vergüenza”. Clínica e Investigación Relacional, 2(1): 9-25.

Nathason, D.L. (1992) “Shame and Pride: Affect, Sex, and the Birth of the Self” Ed. Norton. New York.

Rossi Monti, M. (1998/2012). “Sobre las huellas de la vergüenza. El lugar de la vergüenza en psicopatología”. Aperturas Psicoanalíticas.

Seidler, G.H. (2000). “In other´s eyes: An analysis of shame”. Ed. Madison. International Universities Press.

Tangney, J.P.; Stuewig, J. & Hafez, L. (2011) “Shame, Guilt and Remorse: Implications for Offender Populations”. Journal of Forensic Psychiatry and Psychology, 22(5): 706-723.

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