Filosofía de lo transpersonal… la cuarta fuerza. (I Parte)

Frederick Nietzsche (1844 – 1900), ya dijo en su momento: “Dios ha muerto”. Era difícil el pensar que para el filósofo alemán no solo Dios había muerto, sino que también el hombre moriría con la entrada de la modernidad.  Y se crearía un “superhombre” nuevo, desbancando así, las ideas platónicas de la edad media y el antropocentrismo racionalista cartesiano. El problema del “cogito” era que implicaba prejuicios en torno a la naturaleza del lenguaje y sobre todo, también psicológicos, ya que se partía de la idea de que el lenguaje era fiel reflejo de la realidad, cuya estructura no era más que una proyección de las estructuras superpuestas del mundo. Y no era así.

Si René Descartes (1596-1650) se proponía ir hacia atrás, hacia el sujeto. Hasta conseguir la certeza con la cual erigir el edificio de la filosofía gracias a su método dualista inspirado en las matemáticas, en (Descartes, 1988). Immanuel Kant (1724 -1804), se proponía ir hacia adelante subjetivando la realidad cartesiana. Intentado explicar el proceso cognitivo que va desde el sujeto al mundo sin tener que recurrir a la existencia de Dios.

Kant (2002), tiene en cuenta sólo lo fenoménico o lo percibido por el sujeto, con su “crítica de la razón pura” publicada en 1788. El sujeto y el mundo son reducidos a fenómenos con lo cual la filosofía se eleva al rango de ciencia. De todos modos, ambos sistemas filosóficos, tanto el de Descartes como el de Kant son incapaces de superar el solipsismo al que lleva el esquema sujeto/objeto al no tener en cuenta la mediación del lenguaje en todo este proceso de conocimiento.

Y es aquí cuando entre 1883 y 1885 Nietzsche publica “Así habló Zaratustra” anunciando el agotamiento de la cultura judeocristiana y creando a través de su filosofía de martillo una corriente nihilista, donde al parecer, se podría presuponer que la vida carece de sentido. Nada más allá de la realidad. Para Nietzsche (1995), hay una apuesta ciega por un futuro más allá de la vida, arropado por toda una mitología que elude el miedo a la muerte; miedo que inhibe al ser humano y lo encadena a sus propios temores, sobre todo los religiosos.

La muerte de Dios surge del individuo que empieza a dotar de sentido a la vida a través de su propia experiencia vital y no intenta dar sentido a un futuro basado en la irracionalidad del miedo. La filosofía de martillo es una crítica a la metafísica platónica de la que el cristianismo ha sido su principal heredero. Nietzsche critica la concepción de un mundo ideal (paraíso) más real que el nuestro, y cuya concepción genera una estructura de poder en la que los débiles y los mezquinos, someten a la población bajo su dominación. (Ceberio, 2006).

Según Nietzsche, la religión al servicio del poder no ayuda a la persona a la autorrealización. Ni a la “re-ligación” con lo absoluto, con el Universo. Sino que el individuo queda atrapado en un mundo ilusorio, y alienado a una ideología, que más que convertirlo en persona lo transmuta en un número insignificante y vacío. La idea que muestra Nietzsche del “superhombre” es la de un ser feliz que disfruta del presente en cuanto que es consciente de que vive, y en sus manos está tal decisión.

A partir del Zaratustra de Nietzsche, el ser humano se empieza a plantear quien es… a donde va y de donde viene. Y ese concepto de “inmanencia” humana destructiva nietzscheniana, tiene que ver mucho con el contra racionalismo cartesiano. Y con la corriente monista relegada al ostracismo de Baruch Spinoza (1632-1677); respecto a la “inmanencia” divina constructiva. Eso sí, relegando la figura divina por la humana. Y es en este punto donde se empieza a conceptualizar el misticismo como un conocimiento intuitivo que no se puede objetivizar, sino que se tiene que considerar como cierto solipsismo intersubjetivo. El conocimiento intuitivo es un conocimiento simbólico que sugiere y evoca un mundo en continuo devenir. La riqueza de esta forma cualitativa de conocer no discrimina el conocimiento intelectual, sino que lo complementa y lo amplía.

Según el filósofo francés Henri Bergson (1859-1941), “El auténtico conocimiento viene de la intuición como principal característica del espíritu. Es una experiencia metafísica a partir de la cual nos ponemos en contacto con la realidad de una manera inmediata (…) La ventaja que presenta la intuición frente a la inteligencia es que ahí donde fracasa la inteligencia, como pueden ser todos los fenómenos en el que está implicado la duración. La intuición se muestra como la única forma de conocimiento…”, (Manzano, 2007).

La inteligencia dualiza la realidad creando la distinción entre sujeto y objeto. Para Bergson en nuestro interior encontramos las fuerzas que trabajan en todas las cosas y que unifican la dualidad sujeto y objeto. Nuestro interior es de la misma naturaleza que el exterior, (Bergson, 1959). De esta manera se destruye el solipsismo subjetivista cartesiano.

El filósofo spinozista Bergson, empezó a trabajar arduamente con el también filósofo y psicólogo William James (1842 – 1910), respecto al misticismo y a las experiencias supuestamente religiosas. Bergson junto con James (1986) ofrecieron los primeros estudios serios sobre el misticismo como procesos cognitivos desde un discurso laico. En Bergson el misticismo cristiano es la cúspide de los diversos misticismos, por encima del misticismo griego (Plotino) y el oriental (budismo e hinduismo).

James con su obra “principios de la psicología” (1890) y “las variedades de la experiencia religiosa” (1902), se le considera el fundador de la psicología de la religión. Lo que posteriormente sería llamado psicología transpersonal. Para James la consciencia no era un objeto, sino un proceso, del mismo modo que, según él comenta: “el funcionamiento de un motor no es en sí algo que exista separado de la máquina”. Rompiendo así, a través del estudio de la intuición y los procesos mentales el “cogito” cartesiano.

Tanto Bergson como James se adelantaron a las teorías actuales de la psicología transpersonal coincidiendo en la concepción de la mística como el desarrollo completo del ser humano y en la aceptación de una conciencia ampliada como otra expresión del conocimiento humano. Los sueños, experiencias extáticas, la ingestión de sustancias psiquedélicas e incluso algunas formas patológicas; todas ellas son experiencias donde la conciencia se presenta de una manera cualitativamente diferente a las condiciones normales del ser humano. Según Bergson, las restricciones del conocimiento intelectual se deben a la orientación biológica de la inteligencia para satisfacer las necesidades de la acción del ego, (Bergson, 1959).

Y mientras James y Bergson profundizaban en el objeto externalizado. Al mismo tiempo y en el sentido contrario, Sigmund Freud (1856 -1939) analizaba al sujeto internalizado de forma clínica. Freud es considerado uno de los primeros estructuralistas y junto a Marx y Nietzsche, son considerados los tres grandes pensadores de la sospecha con respecto a la modernidad. Que se expresaba “como el triunfo de la técnica contra los valores y del abuso del poder contra la racionalidad”. Desde la perspectiva intersubjetiva se cuestionaba, como hemos comentado, al sujeto y a la idea dualista mente / cuerpo, cartesiana. (Ceberio,2006).

Freud ya no concibe el sujeto como una única instancia, simple, y cuya conciencia del “cogito” permite erigir el gran edificio de la filosofía. Sino como un conjunto de instancias de gran complejidad, donde la conciencia sólo ocupa una ínfima parte de la psique. La idea del inconsciente freudiano desmonta el solipsismo cartesiano, autoconsciente, dueño de sus actos y de su voluntad. Lo que viene a decir Freud es que el sujeto ya existía antes de pensarse a sí mismo, porque su existencia parte de lo pulsional y no de la conciencia como pensaba Descartes.

Freud, esto lo deja claro con su psicoanálisis. Con su primera y segunda tópica (inconsciente, preconsciente, consciente vs ello, yo, super yo) con su psicodinámica de las fuerzas pulsionales opuestas (eros vs thanatos) y sus mecanismos de defensa (represión, sustitución, proyección, identificación, desplazamiento, racionalización y formación reactiva). Además de con su “ser sexuado” en base al desarrollo infantil y sus fases: oral, anal, fálica, latente y genital. Realmente el psicoanálisis parte de la base de que el ser humano se preocupa más de la muerte que de la vida, de forma inconsciente. De esta manera se cierra el ciclo vital: vida vs muerte, cuyas pulsiones se encuentran en el inconsciente.

Según las teorías psicodinámicas, la vida se inicia a partir de materia inorgánica, y a medida que se desarrolla el organismo, hay una tendencia de retorno a lo inorgánico. En la vida hay lucha por satisfacer las necesidades biológicas, mientras que en la muerte hay descanso. Si las pulsiones de muerte se dirigen hacia uno mismo se expresan con comportamientos autodestructivos como el masoquismo o el suicidio. Si por el contrario se dirigen hacia el exterior, las pulsiones de muerte se manifiestan en forma de odio, crueldad, sadismo y asesinato. Con lo cual, la crueldad del ser humano es un componente innato. Esta crueldad no obstante se puede sublimar a través de las experiencias místicas

Freud (2001), a través de las estancias del “yo”, “super yo” y el “ello” también rompe el solipsismo cartesiano. Considerando lo consciente vs inconsciente como algo inmanente dentro del sujeto, como estructura topológica. Ya que el mundo inconsciente se revela gracias a los síntomas neuróticos que nos muestran los sueños y los actos fallidos, de una gran carga significativa. Este mundo inconsciente en el sujeto, expresa un propósito o una intención, que lucha por salir a la luz de nuestra conciencia, a través de la catarsis de lo reprimido.

A los psicoanalistas, el éxtasis místico les interesa mucho; porque es algo que se sitúa más allá de la inhibición, del síntoma y de la angustia. Por cierto, han sido muy estudiados en psicoanálisis los misticismos de Juan de la Cruz y Teresa de Jesús respecto a textos sufíes, relacionados con la dualidad eros vs thanatos, (Ceberio, 2006). Contemplando la pulsión de muerte como una fuerza cósmica. Según Freud, antes de la llegada del psicoanálisis, uno de los recursos para mantener a raya los conflictos internos de la psique humana era la religión. Nietzsche consideraba a la religión un obstáculo ya superado respecto al desarrollo del ser humano y para Marx era el opio del pueblo, el cual llevaba a una alienación total del sujeto, como unidad de producción, donde no existe proceso de subjetivación ninguno.

Y en este desarrollo de la subjetivación y la inmanencia con sus estudios filosóficos y psicológicos desde un punto transpersonal, aparece en escena Carl Gustav Jung (1875 – 1961).  A Jung se le considera discípulo de Freud, aunque nunca lo fue, se podría decir que eran colegas de profesión y amigos, hasta que dejaron de serlo. Jung considera la psicología como una ciencia de la conciencia donde el “yo” se sitúa entre el mundo exterior y el mundo interior, respecto al complejo del ego, las neurosis y las proyecciones arquetípicas. El objetivo consiste en hacer consciente ese mundo interior que nos condiciona y hasta en cierto sentido nos traiciona. Para ello es imprescindible contemplar a la naturaleza y a la conciencia misma en su inmanencia.

De esta manera Jung funda la “psicología analítica” con el estudio del desarrollo del inconsciente patológico freudiano, vinculado a las corrientes conductistas de la época, ampliándolo al inconsciente colectivo que une a la humanidad, con sus arquetipos, sus memorias transgeneracionales, el estudio del “self” como un todo con su “máscara vs sombra”.  Jung, también conceptualizó el término de sincronicidad junto con el físico cuántico Wolfgang Pauli (1900 -1958). Y desarrolló el proceso de individuación como proceso de evolución personal, a través del despertar de la conciencia y la tensión de los opuestos animus/anima, luz/sombra, ying/yang, etc.

La individuación es un proceso de integración que trata el descubrimiento del propio ser. El proceso tiene las siguientes fases: una primera fase que abarca la primera mitad de la vida donde nos constituimos como sujetos de acorde con la realidad exterior; y una segunda fase donde nos constituimos como sujetos de acorde con nuestra realidad interior, además de la exterior. Pasamos de la centralidad del ego al “self”. Este proceso viene representado por múltiples símbolos, y sobre todo por el desarrollo mitológico del “viaje del héroe” (Ellwood, 1999).

Partiendo de este cuerpo teórico, Jung, por un lado, intenta rescatar los conocimientos de diferentes culturas con respecto a la psique, sobre todo las orientales, y las chamánicas americanas, algo que nadie había hecho. Y, por otro lado, reactualiza dichos conocimientos a la luz de la psicología contemporánea. De esta forma unifica los trabajos clínicos de Sigmund Freud y los trabajos de William James al que también estuvo muy unido, sobre todo en su época de investigación conjunta en la Universidad de Clark en 1909, respecto a la teoría de las emociones y experiencias religiosas.

Según Carl G. Jung, la salud está precisamente en la armonización con el inconsciente, fuente de la humanidad, de la cultura y del ser. En Freud la salud consiste en el control del “Yo”. Por otro lado, Jung (2000), concibió el inconsciente como simbólico donde se establece una correspondencia directa entre el momento que atraviesa la persona y los símbolos que surgen, mientras que, en Freud, el símbolo quedaba reducido a mero signo. En lo referente a metodología, Jung introdujo el método hermenéutico simbólico en el análisis psicológico, desde una armonización saludable. Mientras que Freud aspiraba a un análisis propiamente científico, desde lo patológico.

Jung, lo mismo que James en sus obras, mostró un gran interés por la filosofía oriental. Lo que le llevó a viajar a la India, donde estudió el yoga y la meditación, conversó con los gurús S. Subramanya Iyer (1842 – 1924) y Mahatma Gandhi (1869 – 1948) entre otros, y recibió el título de doctor honoris causa por varias universidades. Prologó junto con su amigo el teólogo y sinólogo Richard Wilhelm (1873 – 1930) la traducción del I Ching. (libro de las mutaciones chino).

Jung fue, además, junto con el teólogo protestante alemán Rudolf Otto (1869 – 1937) con dos doctorados en religiones comparadas (disertaciones sobre Lutero y sobre Kant) y Olga Fröbe-Kapteyn, (1981 – 1962) activista inglesa, feminista en aquellos tiempos y estudiosa de la meditación y filosofía india. Uno de los fundadores y el principal inspirador del Círculo Eranos, una organización interdisciplinar de análisis multicultural científico y filosófico creada en 1933, cuyo objetivo era explorar los vínculos entre el pensamiento de Oriente y Occidente.

Al círculo Eranos, le siguió la corriente teórica de la psicosíntesis, vinculada al pensador y psiquiatra italiano Roberto Assagioli (1888 – 1974). Assagioli (2000), consideró que ciertos problemas psicológicos no lo eran en sí, sino que respondían a crisis relacionadas con el despertar espiritual, de ahí que reclamase cierta atención sobre los aspectos espirituales del ser humano para un desarrollo completo del ser, de ahí su famoso análisis topológico al respecto, dividido gráficamente en tres esferas. La diferencia, con respecto a Jung, es que Assagioli traza una evolución ascendente en tres fases: prepersonal, egoica y transpersonal. Assagioli propone un itinerario ascendente y lineal, mientras que en Jung es descendente y circular.

Y es a partir de 1966 en EEUU junto con el desarrollo de la psicología humanista, (la tercera fuerza) cuando se desarrollan los primeros cimientos de lo que luego se llamaría psicología transpersonal. Término acuñado en un primer momento por Abraham Maslow (1908-1970) en el desarrollo de su conceptualización respecto de las experiencias cumbre en su famosa pirámide. Temas a desarrollar en una segunda parte de este post.

Bibliografía:

Assagioli, R. (2000) “Psicosíntesis: ser transpersonal”. Ed. Gaia, Madrid, 2000.

Bergson, H. (1959). “Pensamiento y movimiento”. En Obras escogidas. México: Aguilar.

Ceberio de León, I. (2006). “La muerte del sujeto, en la poética de Juan de la Cruz” Universidad País Vasco. Dept. Filosofia. Tesis Doctoral.

Descartes, R. (1988) “Discurso del método”. Ed. Austral, Madrid, 1988.

Ellwood, R.  (1999), “The Politics of Myth: A Study of C. G. Jung, Mircea Eliade, and Joseph Campbell” (1999), Ed. SUNY Press.

Freud, S. (2001). “Obras Completas. Vol. XVII”, Ed. Amorrortu, Argentina, 2001.

James, W. (1986). “Las variedades de la experiencia religiosa”. Tomo II. Buenos Aires: Hyspamérica.

Jung, C. G. (2000). “La contraposición entre Freud y Jung.” En Obras Completas, Freud y el psicoanálisis. Vol. 4, Ed. Trotta, Madrid, 2000.

Nietzsche, F. (1995) “Fragmentos póstumos” Rev. Archipiélago, Nº 23, 1995.

Kant, E (2002). “Crítica de la razón pura” (1788). Traducción de Manuel García Morente. Madrid, Tecnos, 2002

Manzano, J. (2007). “La mística según Bergson” en Xipe-Totek, 16(1), 5-18.

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