Cuando estaba estudiando psicología, siempre me resultaron chocantes e incluso algo excéntricas las explicaciones que daba el psicoanálisis al origen de las neurosis, las histerias y los problemas mentales graves vinculados a los trastornos de la personalidad. No concebía cómo un niño de 5 ó 6 años podría querer matar a su padre y acostarse con su madre. Con el tiempo, he ido comprendiendo que, en realidad, hay una explicación mucho más sencilla para la mayoría de estos problemas que los dados por los principios del psicoanálisis.
Podemos situar la génesis de los problemas vinculados a traumas emocionales de la vida adulta en los apegos anormales, maltratos, abandonos, vejaciones (físicas y morales) y abusos sexuales sufridos en la infancia del niño por parte de su entorno más cercano. Y eso Freud, lo sabía. Y lo intento decir… pero se tuvo que retractar y tuvo que desarrollar otro enfoque más convincente y adecuado a su época y circunstancias. Cosa que le paso factura a lo largo de su vida.
No obstante Freud al descubrir la realidad hace más de 100 años. La ocultó y elaboró otra teoría alternativa a su primera “teoría de la seducción traumática”. Esta segunda fue su “teoría de los instintos y complejo edípico” que, a modo de laberinto del Minotauro, ha servido para que la verdad permaneciera bien oculta durante más de un siglo. Afortunadamente, unas pocas voces surgieron en contra de ella en aquellos años gloriosos de Freud como la de Pierre Janet también discípulo del gran Charcot. No obstante a finales de siglo XX, las evidencias que han ido presentando los últimos estudiosos del trauma infantil, retomando los estudios de Pierre Janet: léase Van der kolk, Van der Hart, Pat Odgen etc. Están sirviendo, como el hilo de Ariadna, para sacar a la luz, nuevamente, la verdad ocultada por Freud. Una verdad más dura y difícil de asumir, pero más sencilla y creíble.
Pero empecemos por el principio. París. 1885. Una epidemia de histeria. La Europa victoriana estaba arrasada por una epidemia de histeria. Y, para eso y contra eso, un cuartel general: la Salpetrière dominada por una mezcla de Supremo Pontífice, General de Ejército, Señor feudal: el “rey Charcot”.
Cuando Freud llega a los veintinueve años a París, la Salpetrière, era ya, con sus ocho mil camas, el mayor hospital de Europa. Esa enorme “ciudad de los locos” albergaba a una multitud de mujeres devoradas por pasiones “morbosas”. Empapadas, aullantes, sudorosas, poseídas por impulsos obscenos, esas mujeres desafiaron a Freud. No sólo las mujeres. Antes bien, lo que fascinó a Freud fue el espectáculo proporcionado por el enfrentamiento entre dos poderes: las mujeres insubordinadas por la histeria (ese “feminismo espontáneo”) por un lado, y el gran Charcot conquistándolas a través de la hipnosis, por el otro. Ante él, el poder psiquiátrico del médico dominando la lascivia incontenible del cuerpo femenino. Un hombre, domesticando a esas mujeres exaltadas como “fieras”. Allí, tanto el ataque histérico como la supresión del síntoma quedaban en mano del domador. Fue entonces cuando Freud pudo comenzar a vislumbrar la etiología sexual de la histeria, desvinculando la enfermedad de su base anatomofisiológica, esto es, del poder médico (Charcot), para llevar a las mujeres portadoras de la enfermedad, a su propio coto de poder, “la mente”.
El poder médico de Charcot para el caso, contaba con un instrumento que resultó fatal para la permanencia de la histeria dentro del campo de la anatomía patología: la anamnesis. Ese interrogatorio acerca del origen del síntoma y de su relación con las causas que lo habían hecho posible, devino en puente privilegiado para que las “histéricas” lo transitaran con relatos sexuales llenos de contenidos escabrosos. Para sorpresa de Charcot, la lujuria se le había colado por el aséptico bisturí para invadirlo todo. Sexualidad e histeria habían sellado así un pacto definitivo que Jean Martin Charcot recusó, que Sigmund Freud aceptó de buen grado y que Pierre Janet siguió estudiando en la sombra.
Pero antes del trabajo con Charcot, Freud tuvo que pagar el “derecho de piso” en la Salpetrière pasando por el laboratorio de anatomía patológica para investigar en los preparados de cerebros infantiles. Y en la morgue de París había asistido a las autopsias forenses de Brouardel patólogo forense a quien había conocido en una velada en casa de Charcot. Brouardel era el autor de un texto –“Atentado contra la moral” – donde sostenía que los ultrajes al pudor y “las agresiones sexuales, eran crímenes que se cometían en el hogar”. Primera evidencia de cómo el cuerpo de las niñas y de los niños eran destinatarios de la violencia de los adultos con quienes convivían.
De tal modo que Freud supo del incesto y del abuso sexual ejercido por los adultos a raíz de las enseñanzas de Tardieu, Lacassagne, Bernard y Brouardel. Tardieu, por entonces decano de la Facultad de Medicina de París, también era médico forense y autor de un texto emblemático: “Estudio médico legal sobre atentados contra las costumbres”. El cual había registrado entre 1858 y 1869, es decir en once años, 11.576 casos de personas acusadas de violación e incesto. Casi todas las víctimas eran niñas menores de diez y seis años. Por su parte, Lacassagne, que era profesor de medicina legal en Lyon y fundador de los archivos de Antropología Criminal y de Ciencias Penales, había hecho de la denuncia del ataque sexual a las niñas, una verdadera cruzada. También Bernard, autor del “Atentado contra el pudor de las niñas”, resaltaba la enorme incidencia de incesto. Y Jean-Ètienne Esquirol, había comunicado en 1821 el caso de dos niñas, una niña de diez y otra de seis años víctimas del incesto paterno-filial que a partir de ese hecho una de las cuales estuvo afectada por un “colapso nervioso” con repetidas tentativas de suicidio.
Es a partir de los textos de Tardieu, Lacassagne, Bernard y Brouardel donde podemos suponer que la moral victoriana no era tan eficaz en el ejercicio de la represión como se creía y que el abuso sexual infantil no era ajeno, por lo menos, al saber de la comunidad científica. Los victorianos no eran tan mojigatos en cuestiones sexuales como muchas veces se piensa; sólo que esa sexualidad, esas perversiones, eran consideradas conductas patológicas. Fue mayor el escándalo que produjo Freud cuando borró los límites entre lo patológico y lo normal en los abusos sexuales infantiles y el incesto entre padres e hijos en la época victoriana, que cuando amplió al universo masculino el ámbito de la histeria.
A raíz de todo esto y seis años después de las experiencias de Freud en la Salpetrière, octubre de 1892. Freud utilizaba sesiones de hipnosis como método para profundizar y acceder a recuerdos de la infancia, pero se encontraba con que todos sus pacientes relataban haber sido víctimas de maltratos y de abusos sexuales (más adelante entenderéis el “pero”). La mayoría de estos abusos eran cometidos por familiares cercanos, sobretodo, por los padres y, además, los síntomas de los pacientes estaban relacionados con los abusos aparecidos en las sesiones. Todo esto hizo que, incluso, Freud llegara hasta cuestionarse si la actitud de su padre con sus hermanos tendría que ver con los problemas que éstos tenían. Era una idea atrevida y rompedora para la sociedad de la época. La verdad estaba aflorando. Freud quiso compartir sus descubrimientos con sus amigos y colegas psiquiatras, pero en cuanto lo hizo, se encontró con el más absoluto de los vacíos.
El erotismo estaba de moda en la época victoriana y patriarcal. Pero una cosa es la posición del espectador ante las aberraciones sexuales de los “depravados” y otra, muy distinta, que se lo suponga a uno reflejado dentro de ese catálogo de perversiones. No era el sexo lo que provocaba indignación sino el riesgo de contaminar, con las “perversiones” sexuales, la sexualidad “normal”. Lo imperdonable, lo que podía irritar y tornarse escandaloso para los demás. Pero también para el propio Freud, era de suponer que esos abusos, buenos para explicar la psicopatología, trascendieran su límite e invadirían el espacio de la normalidad. No sólo “normalidad” en el sentido de una norma estadística cuantitativa, al estilo de una posición central en la Campana de Gauss ocupada por la mayoría de la población, sino “normal” en cuanto a su valor cualitativo en el seno de la explicación teórica de un psiquismo en construcción.
Ante tales acontecimientos y de forma oficial a finales de 1892 Freud desarrollo la tesis, de “la teoría de la seducción traumática” cuyos inicios pueden rastrearse en el Manuscrito A de finales de 1892 y cuya primera mención cierta se sitúa en octubre de 1895, que será públicamente sostenida por Freud durante los seis primeros meses de 1896 a través de dos artículos La herencia y la etiología de las neurosis, publicado directamente en francés, y Nuevas puntualizaciones sobre las psiconeurosis de defensa, pero sobre todo por medio de una comunicación, titulada La etiología de la histeria, ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena el 21 de abril de 1896, que le valió el comentario displicente de su presidente (Krafft-Ebing) en estos términos: “Suena como un cuento científico”.
Respecto al artículo “La etiología de la histeria” Freud presentó sus ideas en una conferencia ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena el 21 de Abril de 1896 llevando bajo el brazo 18 casos de pacientes que habían sido víctimas de abusos sexuales en la infancia y que en su vida adulta presentaban distintos tipos de problemas. (Entre ellos los casos de Anna O, de Cäcilie, de Lucy R. de Emmy von Newman. y de Elizabeth von R.) El rechazo fue absoluto, casi llegando al insulto. No recibió ningún tipo de apoyo, nadie le animó a continuar investigando. Todo fue silencio y marginación por parte de la comunidad científica.
Como breve paréntesis, quisiera comentaros que esa falta de interés también la sufrió Freud por parte de su médico y amigo íntimo Wilhem Fliess, con quien compartía sus inquietudes y sus descubrimientos. Ni una palabra de ánimo, ningún tipo de apoyo recibió Freud de su confidente y aliado, sólo desdeñoso silencio. Con la Teoría de la seducción (sexual e infantil), Freud pudo explicar los síntomas y el sufrimiento de sus histéricas. Pero fue más allá aun. Se atrevió a postular la histeria masculina. Por allí comenzaron a desfilar entonces, en clara concesión ideológica, niñeras, institutrices, personal de servicio femenino que habían manipulado el cuerpo de los varoncitos de manera obscena y excesiva, pero también abusadores varones. En 1895 (carta 60 Fliess) Freud le comenta a Fliess que uno de sus pacientes neuróticos le había dado, al fin, lo que esperaba: sus síntomas actuales protagonizados por el terror sexual se relacionaban directamente con el hecho de haber sido, cuando niño, objeto de abuso por el padre.
Este asunto de la histeria masculina no le ahorró disgustos. Ya en el otoño de 1886, Freud había recibido un duro golpe cuando pronunció su conferencia acerca de la histeria masculina en el ampuloso salón de la Gesellschaft der Ärzte, la Sociedad Imperial de Médicos de Viena, una de las asociaciones médicas más prestigiosas de Europa. Recién llegado de París, aún bajo el impacto de Charcot, Freud se disponía a emprender la “batalla de Viena” sosteniendo una etiología psicológica para la histeria y afirmando, contra la versión canónica, que no sólo las mujeres son histéricas: también los varones pueden caer presos de la enfermedad. La reacción de sus colegas fue el anticipo de la oposición que la comunidad científica manifestó, después, contra él.
Pero aquí habría que diferenciar al menos dos de los reparos que suscitó la conferencia. El primero fue el concerniente a la existencia de la histeria masculina, diagnóstico nada original ya que el propio Meynert, representante del Establisment , lo defendía . El segundo, la génesis traumática: el abuso sexual infantil que, como antes anticipé, no era ajeno al saber de los médicos pero que sí podía ser muy irritante para los vieneses, sobre todo cuando se invocaba la palabra autorizada de un genio francés como Charcot en el origen de esos descubrimientos. Quiero alertar aquí sobre algo que retomaré después. El rechazo que la posición de Freud provocó en la comunidad científica vienesa estuvo sobre determinado por su condición de judío y por su condición de “vendido al poder francés”, más que por lo escandaloso de sus afirmaciones teóricas (Masson, 1985)
Hacer notar también que tres años antes a la presentación de su teoría ante la sociedad de psiquiatría, en agosto de 1893. Freud envió otra carta a Fliess relatando el encuentro con Katherina, una campesina de diez y ocho años que le había servido como “posadera” durante sus vacaciones en la montaña de Rax. Los síntomas que acosaban a Katherina, ahogos, desvanecimientos, hiperventilación, estaban relacionados con el intento de seducción por parte de un tío del que había sido víctima cuando tenía catorce años. La violación se había visto frustrada en aquella ocasión pero no el impacto que le había causado descubrir al tío “abusando” de la cocinera. Fue recién treinta años después cuando Freud añadió, en “Escritos sobre la histeria”, una nota a pie de página donde afirmaba que el protagonista de esa escena no había sido el tío, sino el padre de Katherina.
No obstante y a pesar de todo eso, Freud abandonará su tesis, tal y como se lo hace saber a Fliess el 21 de septiembre de 1897: “Y enseguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi neurótica”. (Carta 69 Fliess)
Treinta años después Freud reescribió “Escritos sobre la histeria” resultando cuando menos paradójico que Robert Fliess, el hijo de Wilhem, publique información sobre abusos sexuales cometidos dentro de su familia, sobre esa misma época. Y más adelante, acusará a su padre de haberlos cometido con él mismo en su infancia. Cotejando las fechas, coincide con la época en que Freud estaba exponiendo sus ideas en Viena y Wilhem Fliess no le apoyó. (Freud volumen II)
Sin embargo, no se puede dejar de reconocer -como lo subraya el trabajo de tesis doctoral de Jacqueline Lanouzière “Histoire secrète de la séduction sous le règne de Freud” que el desvelamiento de “uno de los grandes misterios de la Naturaleza” o del “gran secreto clínico” le acarreó a Freud una serie de problemas tanto de orden intelectual y científico (véase el deslizamiento de la situación psicoterapéutica a una escena de seducción en la que aparece Freud forzando a sus pacientes a relatar su secreto y que explicaría la huida de su clientela, que será también aducida como una de las razones del abandono de su teoría), como de orden personal (véase el clima de presión hostil y de aislamiento al que se veía sometido por los propios colegas a causa de sus descubrimientos inconvenientes, de que se hubiera rendido al “establishment” francés y de que fuera judío). (Khan 1983)
Freud no pudo soportar por mucho tiempo la situación de vacío a la que le relegaron sus colegas. Continuar por esa línea habría significado para él, el final de su carrera, el aislamiento, y él deseaba y necesitaba ser reconocido. Buscaba ser famoso y lo consiguió, aunque veremos a qué precio.
Varios meses después, ya en 1897, la verdad descubierta fue enterrada y así permanecería durante casi todo un siglo. Freud cambió su punto de vista, coaccionado quizás por Breuer y lo que antes eran recuerdos de abusos sexuales pasaron a ser fantasías inventadas por los pacientes, debido a sus propios deseos inconscientes. Ya no había peligro para los padres, ya no podrían ser acusados de abusar de sus hijos o hijas. La culpa, ahora, era de los niños, que tenían deseos sexuales agresivos. Los hijos quieren matar a su padre y acostarse con su madre (complejo de Edipo), y las niñas desean matar a su madre para acostarse con su padre (complejo de Electra).
Estas ideas casaban mejor con la visión que se tenía en la época victoriana de los niños. Se pensaba que eran poco más que animales salvajes que había que domesticar desde la más temprana infancia para poder inculcarles una “buena educación” basada en el acatamiento de las normas y el respeto u obediencia a los padres. Es muy ilustrativo leer los manuales educativos de la época, enseñan cómo cortar de raíz la espontaneidad y la creatividad de los niños para convertirlos en personas dóciles, dúctiles y obedientes.
Freud, que era muy inteligente y tenía una vasta cultura, recurrió a Sófocles para ejemplificar su reciente transformación. En Edipo Rey, Sófocles narra cómo Edipo mata a su padre y se casa con su madre. Esta era exactamente la nueva idea que Freud quería difundir, lo que se conoce como su “teoría de los instintos y complejo edípico”. Edipo se convirtió en uno de los pilares del psicoanálisis y marcó el desarrollo de la psicología del siglo XX. No sé si fue consciente o inconscientemente (sospecho que esto último), pero el hecho es que Freud pasó por alto el principio de la historia de Edipo, donde Layo, su padre, le abandona para que muera y su madre, Yocasta, no hace nada para impedirlo. Con estos nuevos datos, podemos entender mejor los hechos posteriores y no sería tan fácil acusar a Edipo de todos los males de la humanidad. (Freud Volumen VII)
No obstante por otra parte se le olvidó decir a Freud que el mito de la sexualidad infantil, no es patológico y no hace niños polimorfos sexuales, sino que es normal. La sexualidad infantil es normal e innata. El descubrimiento del inconsciente y de la libido sexual da fe de la genialidad y de la insoslayable impronta del psicoanálisis en la ciencia y la cultura. Y, no por lo que Freud se adjudica en el límite entre la ignorancia, el olvido y la vanidad. No, por haber sido el primero en enunciarla (desde San Agustín en adelante son innumerables los autores que afirmaron la sexualidad infantil). No, por iniciador del trabajo deconstructivo que fundaron los estoicos al ligar sexo y procreación. No, por habilitar el placer al sexo, sino porque fue Freud el único que lo hizo como piedra fundante (piedra de rosetta) de la construcción del sujeto normal; también del neurótico y del perverso pero, fundamentalmente, del sujeto “normal”.
Porque fue el único que lo hizo como teoría que, al describir los avatares de la libido (esa energía cualitativamente diferente a aquella otra, responsable de los “procesos anímicos”), sexualiza al niño y a la niña desde el inicio. Lo que quiere decir que los inscribe como sujetos humanos al tiempo que libera a la sexualidad de los estrechos márgenes dentro de los que la genitalidad la mantenía constreñida. Quiero decir que a partir de los Tres Ensayos de la sexualidad de Freud, el ser humano y ser sexuado pasan a ser una sola y misma cosa. Y desde entonces, la sexualidad humana desborda ampliamente lo que hasta ese momento se conocía como genitalidad. (Lamas 1994).
Para que tengamos todos los datos en la mano, conviene saber que, durante los últimos diez y seis años de su vida, Freud sufrió un cáncer en la boca que se le reprodujo varias veces, le obligó a someterse a infinitas operaciones, a llevar una prótesis que debía limpiar a diario y le hacía sufrir tremendos dolores. Al final de su vida, casi sin poder hablar, cuando los dolores eran insoportables, acordó con su hija y su médico que le administraran una fuerte dosis de morfina para acabar con los dolores para siempre. Cualquier oncólogo diría que el cáncer fue debido a su tremenda adicción al tabaco, de la que no pudo liberarse pese al autoanálisis que se practicó.
A mí me gustaría ir un poco más allá y, desde un punto de vista más amplio, podríamos preguntarnos qué pasó, precisamente en la boca de Freud, para que surgiera ese cáncer tan tremendo. Según la clínica somática y sabiendo que el cuerpo enferma como respuesta a bloqueos emocionales y que los síntomas tienen mucho que decirnos sobre ese bloqueo, invito a leer mi post de memorias somáticas. Me pregunto, si ese problema en la boca no podría estar relacionado con la verdad que Freud descubrió, pero que se obligó a callar durante el resto de su vida. Evidentemente, son meras elucubraciones. Nunca podremos conocer el motivo de su cáncer, ya que Freud nunca pudo hacer una verdadera terapia para profundizar en sus emociones y averiguar lo que su cuerpo le estaba diciendo. Todo lo que hizo fue puro análisis, huyendo de sus emociones.
El tiempo pasó, la Psicología se fue desarrollando como disciplina y las ideas de Freud fueron calando entre psicólogos y psiquiatras. Más adelante, los conceptos psicoanalíticos entraron a formar parte del vocabulario popular. Todo el mundo habla del inconsciente, de la represión y Edipo es uno de los personajes más conocidos de la mitología griega gracias al psicoanálisis. Distintos seguidores de Freud hicieron sus aportaciones y sus pequeñas variaciones, pero los grandes pilares del paradigma siguieron inamovibles. También hubo encarnizados enfrentamientos entre partidarios de unas y otras corrientes psicoanalíticas, consiguiendo algunos avances, pero Freud seguía siendo el referente. Se sabe que en una de sus epistolares a Sabina Spielrein, Freud se quiere desmarcar conceptualmente al final de su vida de la teoría de los instintos y el Edipo, acercándose más a su antigua teoría de la seducción y sus tres ensayos sobre la sexualidad. Y se lamenta de no haber congeniado he intentado conocer a Pierre Janet de la misma manera que elogia la evolución profesional de su antiguo amigo Carl Gustav Jung.
Desde la distancia, intentando entender a Freud y a sus circunstancias, no puedo evitar sentir cierta pena por él, no por el psicoanalista, sino por la persona. Un hombre con unas enormes carencias emocionales que intentaba suplir con su formidable inteligencia. Le imagino al final de su vida, forzado al exilio en Inglaterra por el nazismo, después de que Hitler hubiera ejecutado a todas sus hermanas y casi a su hija Anna. En la soledad de su habitación, entre el humo de sus puros y el dolor casi insoportable del cáncer. Él, que defendía que los síntomas físicos eran producto de traumas del pasado, ¿se preguntaría alguna vez cómo, con su método analítico y racional, no fue capaz de entender y liberarse de sus propias enfermedades?, ¿cómo le haría sentir esto?
A finales del siglo pasado, se empezó a descubrir la importancia que tienen el apego y los primeros vínculos (o la carencia de ellos) en el futuro desarrollo del cerebro y de la personalidad. Hoy se sabe que los bebés, si se les deja, son buenos, generosos, altruistas, nada egoístas y muy amorosos, pero también sabemos que cualquier tipo de violencia ejercida sobre los bebés o los niños tendrá un efecto catastrófico sobre su futuro. Aparecerán entonces patrones de agresividad, de represión, de autodestrucción y de disociación y el niño luminoso que fuimos al principio quedará enterrado bajo estos patrones.
Podemos entender, pues, la concepción que se tenía sobre la infancia a finales del siglo XIX. Casi puedo comprender cómo un hombre tan inteligente como Freud no pudo liberarse de esos patrones y terminó acusando a los niños y exculpando a los padres. Pero ha llegado el momento de poner fin a esta peligrosa injusticia. Sé que esto no es fácil porque implica mirar hacia dentro, cuestionarse nuestro papel como padres y, sobre todo, entender cómo nos trataron en nuestra infancia, qué ideas nos inculcaron y qué cosas repetimos con nuestros hijos sin cuestionarnos si son buenas o malas para ellos. No obstante, sólo liberando a los niños y permitiéndoles crecer desarrollando sus cualidades naturales, podremos cambiar la inercia potencial de violencia en la que podemos estar inmersos, si nos vemos abocados a crear familias desestructuradas y desprotegidas.
Bibliografia:
Freud Volumen I
- Prólogo a la traducción de J.-M. Charcot, Leçons sur les maladies du système nerveux (1886)
- Prólogo y notas de la traducción de J.-M. Charcot, Leçons du mardi de la Salpêtrière (1887-88) (1892-94)
Freud Volumen II
- Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud) (1893-95)
- Las neuropsicosis de defensa (Ensayo de una teoría psicológica de la histeria adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas, y de ciertas psicosis alucinatorias) (1894)
Freud Volumen VII
- Tres ensayos sobre teoría sexual (1905)
- Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis (1906 [1905])
Desde Freud, hasta nuestros días. Masud Khan, 1983, El rencor de la histérica (Berlinck, M: Histeria. Sao Paulo, 1997. Escuta.)
Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), publicada por Amorrortu en 1994 (cf. pp.146 y 147 respectivamente).
- Carta de Freud a Fliess del 2 de noviembre de 1895. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhem Fliess.
- Carta 60 de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess
- Carta 69 del 21 de septiembre de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess .
Masson, J. M: El asalto a la verdad . Seix Barral. Barcelona. 1985. Rodrigué. Op. Cit. Pág 325.
Lamas, Marta: (1994) “Cuerpo: diferencia sexual y género”. Ficha. 1994.
Lanouzière, J. (1991) “Histoire secrète de la séduction sous le règne de Freud”. Par Jacqueline Lanouzière du même auteur. Année : 1991; Pages : 176; Collection : Voix nouvelles en psychanalyse. Presseses Universitaries France.
Muy interesante, me he reconciliado con Freud, bueno, con la visión que me transmitieron en la Universidad. La ocultación de los abusos a menores todavía es un hecho, hay una gran resistencia a escucharlos sobretodo cuando se producen en el ámbito familiar.
Hola Patricia, si que es a veces dificil reconciliarse con Freud y su psicoanálisis, no obstante suele ser por desconocimiento. Pienso que en la actualidad todavia se le puede sacar partido a esta corriente…ahi esta el psicoanálisis relacional de Joan Coderch en Barcelona o de Alejandro Avila en Madrid. Yo aún siendo ecléctico dentro de la psicologia estoy convencido de que el ser humano tiene un inconsciente y una conducta condicionada hasta cierto punto por sus apegos y socialización primaria. Ese “niño herido” que sigue estando ahi y al que hay que abrazar…de ahi mi flirteo con las corrientes psicodinámicas.
saludos…