Milgram y la obediencia destructiva…

El Holocausto Nazi, durante el período de la Segunda Guerra Mundial influenció enormemente a las ciencias sociales y a la psicología social. La obediencia destructiva generada por ciertos líderes autoritarios, hacia ciertas estratificaciones sociales y los hechos que se produjeron, motivaron a Stanley Milgram (1974) a realizar un programa de investigación sobre la obediencia a la autoridad. Este experimento se basaba en la perspectiva psicosocial que durante la segunda mitad del siglo XX resaltaba los efectos negativos de los grupos sociales. Vinculando su experimento a otro estudio, comentado ya por mí en otro post:  el “sesgo de la conformidad” el cual fue realizado por Solomon Asch (1953) y ampliado por Moscovici (1981), respecto a la inconformidad social de las minorias. El estudio controversial de Milgram ha constituido un claro ejemplo de sesgo de confirmación positiva en la teorización psicosocial, donde el mantenimiento del status quo, es más importante que el cambio y la transformación social (Haslam y Reicher, 2011). De ahí que Milgram intentará reproducir en sus experimentos distintos niveles de obediencia destructiva, tal y como tuvo lugar durante el gobierno nazi en Alemania.

Junto con la aportación de Milgram (1974), la culminación de esta perspectiva que resaltaba los aspectos negativos de los grupos lo constituyó el experimento de la prisión de Stanford llevado a cabo por Zimbardo (Haney, Banks y Zimbardo, 1973). Los investigadores simularon una prisión en los sótanos de la Universidad de Stanford en California y asignaron a los estudiantes dos roles: el rol de “preso” o el rol de “guardián”. El experimento fue diseñado para que durara dos semanas, pero fue suspendido al sexto día por la crueldad mostrada por varios “guardianes” contra los “presos”. Zimbardo llegó a la conclusión de que los individuos pierden su capacidad intelectual y su juicio cuando están en grupo y que hay una tendencia a abusar del poder en contextos grupales. Para una visión crítica con este enfoque, véase: (Reicher y Haslam, 2006).

Tras ser detenido en Argentina en 1960 por la policía secreta israelí, el 11 de abril de 1961, se inició en Jerusalén el juicio contra Adolf Eichmann, máximo responsable del plan para exterminar a los judíos por parte de los nazis. En la sala del juicio se encontraba la filósofa Hannah Arendt, que ya había escrito una importante obra sobre el autoritarismo (Arendt, 1951). Arendt, asistió al juicio como reportera de un periódico norteamericano y publicó en 1963 el libro titulado “Eichmann in Jerusalem: A report on the banality of evil. La filósofa señaló que los psiquiatras asistentes al juicio describieron a Eichmann como un hombre obsesionado con matar. Sin embargo, Arendt lo que vio fue a un hombre gris, carente de ambiciones, sumamente obediente. Un hombre que se sentía orgulloso del trabajo bien hecho, aunque su trabajo implicara acabar con la vida de miles de personas.

El caso de Adolf Eichmann es simbólico de lo que supone la obediencia destructiva y tiene un significado que va mucho más allá del que les preocupaba a sus acusadores en el tribunal de Jerusalén. Eichmann es un símbolo del hombre-organización, del burócrata alienado para el cual hombres, mujeres y niños se han transformado en números. Pero lo que más impresiona respecto de éste, es que después de relatados todos los hechos con su propia admisión, procedió con perfecta buena fe a alegar su inocencia. El hombre-organización ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera se da cuenta del hecho de que obedece, y esto puede suponer un gran problema. En estos puntos de inflexión en la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer pueden ser todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la humanidad, y el fin de una civilización.

Arendt no quiso decir con la expresión “la banalidad del mal” que los actos genocidas y de exterminio cometidos por los nazis fueran banales, sino que los motivos que los sustentaban eran “banales”, ya que estaban más centrados en realizar adecuadamente la tarea y agradar a sus superiores que en las consecuencias de sus actos. Esto explicaría el poder de patologizar a personas ordinarias, en relación a que pudieran cometer actos extremadamente crueles sin una motivación especial. Y esto realmente es peligroso, ya que se tiende a un reduccionismo y a un innatismo, que realmente tampoco ha podido ser demostrado de forma científica.

Arendt (1963) fue muy crítica con el comportamiento de los líderes judíos durante el Holocausto y ello le supuso ser objeto de fuertes críticas por parte de las autoridades de Israel. A pesar de tales críticas, su concepto de la banalidad del mal recibió apoyo por parte del modelo teórico adoptado por Milgram en sus investigaciones sobre la obediencia. Y en este sentido Milgram se dejó muchísimo influenciar por Arendt y sobre todo por la teoría de la dominación como control social, derivada de la corriente filosófica de la escuela de Frankfurt y las propuestas sesgadas respecto a la conceptualización del “fascismo” vinculadas a los estudios de Max Horkheimer y Theodor Adorno. En (Adorno, et al. 1950).

Como afirmaron Reicher y Haslam (2012), el estudio histórico de Arendt sobre Eichmann y el Holocausto proporcionaron relevancia social a los estudios de Milgram y éstos proporcionaron credibilidad científica a las aportaciones de Arendt. Estos dos estudios, siendo de naturaleza muy diferente, se fusionaron para proporcionar un modelo sobre la naturaleza y maldad humanas, modelo que ha dominado el pensamiento científico y cultural durante más de medio siglo. Milgram habría demostrado lo que Arendt observó en la sala donde se celebró el juicio contra el líder nazi: las personas ordinarias pueden infligir daños extraordinarios a otros seres humanos, por el simple hecho de prestar atención a las instrucciones de la autoridad, a la tarea y no a sus consecuencias.

El primer paso de Milgram en su experimento, en agosto de 1961, consistió en colocar un anuncio en la prensa local, ofreciendo una paga de 4 dólares, más gastos de viaje, a 500 personas que cumplieran el requisito de tener una edad comprendida entre 20 a 50 años. No había ninguna otra exigencia. La autoridad aquí estaba representada por la Universidad de Yale y ésta, a su vez, por el experimentador, un catedrático serio y distante que sería quien diera las instrucciones (órdenes) a los/as voluntarios/as.

Al voluntario/a se le instruía sobre el castigo que debía aplicar a un sujeto (alumno) que se encontraba en otra habitación, sentado sobre una silla conectada a un generador eléctrico. Tenía sobre su brazo colocado un electrodo y recibiría descargas eléctricas cada vez que se equivocase. El voltaje oscilaba entre 14 y 450 voltios y el experimentador informaba que, aunque las descargas pudieran llegar a ser dolorosas, en ningún caso podrían ocasionar la muerte.

Al inicio del experimento, el sujeto (voluntario/a) que hacía las veces de profesor/a, debía apretar el pulsador (en total tenía ante sí 30 pulsadores), posteriormente lo tendrían que hacer los voluntarios. Las primeras descargas eran ligeras, pero, una vez alcanzados los 120 voltios, el alumno comenzaba a gritar hasta el punto de pedir que lo sacaran de allí. A los 270 voltios, el quejido ya era agónico. Cuando los/as voluntarios/as que hacían de profesor/a dudaban y preguntaban al experimentador sobre si podían abandonar su puesto, el experimentador les urgía, con seguridad, a seguir.

El resultado fue que la mayoría (alrededor del 63 %) de los sujetos-profesores/as, llegó hasta el final, es decir, a descargar 450 voltios. En el transcurso de las pruebas, las reacciones de estos sujetos variaban. Iban desde las risas nerviosas hasta la crispación, temblores y otras reacciones que convertían a las personas, ciertamente presentables del principio, en unos desechos humanos. Pero, a pesar de encontrarse en esta situación, continuaban, más de un 50% de la muestra, en su puesto; haciendo lo que se esperaba de ellos/as. Obedeciendo…

Finalizados los experimentos, se informaba a los/as voluntarios/as de que no se dieron, en ningún momento, descargas reales al alumno y que éste era cómplice del experimentador. Necesario es también decir que todos/as los/as voluntarios/as eran personas normales, es decir, sin patología psíquica aparente ni indicios de que pudiese tratarse de sádicos/as o personalidades psicopáticas.

Las conclusiones que se sacaron de estos experimentos realizados y perfeccionados por Milgram durante varios años, fueron los siguientes:

  • Cuando el sujeto obedece los dictados de la autoridad, su conciencia deja de funcionar.
  • Cuando el sujeto obedece órdenes, se produce una abdicación de la responsabilidad.
  • Los sujetos obedecen con mayor facilidad cuanto menos han contactado con la víctima y cuanto más lejos se hallan, físicamente, de la misma.
  • Los sujetos con personalidad autoritaria resultan más obedientes que los no autoritarios (clasificados así tras responder a un test de tendencias fascistas).
  • Cuanto más cerca (físicamente) está la autoridad, se obedece más fácilmente.
  • A mayor nivel de formación, menor intimidación produce la autoridad, por lo que se produce una disminución de la obediencia.
  • Mayor propensión a obedecer entre las personas que han pertenecido a las Fuerzas Armadas o instituciones similares, donde es importante la disciplina.
  • No hay diferencias significativas entre hombres y mujeres, si bien las mujeres obedientes se ponen más nerviosas que los hombres obedientes.
  • El Sujeto tiende a encontrar autojustificaciones a sus actos inexplicables (identificación proyectiva).

Hay que reseñar que el propio Milgram a lo largo de los años perfeccionó este experimento, modificando las posibles variables cuantitativas que podían distorsionar los resultados, como, por ejemplo, la variable “ordenes contradictorias” que hacían que disminuyera la obediencia o la variable “desobediencia en grupo”, cuando la obediencia individual disminuía se producía un efecto mimético grupal y desobedecían más personas a la vez. La idea de desobedecer se ve como normal cuando los iguales desobedecen.

Respecto a las tres primeras conclusiones del experimento podríamos comentar que son válidas en función de la escala de obediencia y conciencia de Erich Fromm, a nivel de escala social, en este caso sería obediencia heterónoma con conciencia autoritaria:

  • Obediencia Heterónoma o Sometimiento: se da con respecto a otra persona y se produce una renuncia a la propia autonomía.
  • Obediencia Autónoma o Autoafirmación: resulta cuando se obedece a los dictados de la propia conciencia.

La conciencia, a su vez, puede ser:

  • Autoritaria, cuando se creen propias las órdenes emanadas de la autoridad o de Ios principios morales (lo que en Psicoanálisis se denominaría Super-yo). Esconde miedo al castigo.
  • Humanística, cuando es independiente de principios morales o de premio/castigo y surge del conocimiento interior auténtico.

Erich Fromm había elaborado en la década de 1930 una serie de cuestionarios con los que pretendía estudiar de forma psicoanalítica, a los obreros alemanes a partir de las categorías de ‘autoritario’, ‘revolucionario’ o ‘ambivalente’. De su trabajo empírico, se llegó a la conclusión de que los obreros alemanes, eran básicamente partidarios del nazismo. Fromm se exilió y arrastró durante muchos años, su perplejidad intelectual ante este fenómeno. Como se puede pensar que una clase obrera fuera supuestamente abducida por Hitler. Esto haría ver, que en hipótesis, el nazismo sería algo mucho más profundo que una actitud política.

No obstante, desde mi punto de vista Goebbels tendría que ver aquí mucho más que Hitler. La propaganda nazi era casi “perfecta” a nivel de marketing y movimiento de masas. El mismo Le Bon (1895) que desvinculaba el marxismo y el psicoanálisis de sus estudios socio-psicológicos de masas, posiblemente quedó perplejo por los movimientos propagandísticos nazis. Mucho más perplejo tuvo que quedar cuando supo que tanto Hitler por su lado como Freud por el otro, leían y discutían sus obras. La obra “psicología de las masas y análisis del yo” (1921) publicada por Freud, sería prueba de ello. También y volviendo a Erich Fromm, su obra clásica «El miedo a la libertad» (1941) resume sus reflexiones sobre estos temas.

Los resultados de Milgram, desde mi punto de vista, siguen siendo vigentes y válidos; si se estudian los estadios de la obediencia y el dilema moral ya más actualizados de Kohlberg en (Colby y Kohlberg, 1987) y que son los siguientes:

  • Estadio pre-convencional (1): el nivel pre-convencional corresponde a una perspectiva en que el individuo aún no interiorizó la idea de reciprocidad y las normas y expectativas sociales. Y cuando las reconoce, las considera como algo externo a él. La mayoría de los niños hasta los 9 años de edad se encuentra en ese nivel, así como muchos delincuentes juveniles y adultos.
  • En el estadio pre-convencional (2): ya existe lo que se llama concepción ingenuo-estratégica de la justicia, o sea, una visión concreta de reciprocidad: “no debo hacer mal a otras personas porque si no ellas también me lo harán”. Esa reciprocidad es vista en términos muy concretos de favores mutuos o, inversamente, de agresiones mutuas. Esta cognición ya se suele hallar en niños de 9 a 16 años. Aunque aquí la cognición sigue en modo “valor moral” de crimen/castigo o premio/por ser bueno. Por tanto, sigue siendo obediencia estratégica.
  • El nivel convencional (3): implica la identificación con las normas y expectativas sociales, o sea, la incorporación de determinados parámetros sociales o históricos. La visión de reciprocidad se vuelve más amplia, abarcando la valoración de las consecuencias inmediatas y de los acontecimientos que traspasa el nivel de los intereses personales e incluye la dimensión del interés social. El mantenimiento del sistema normativo y de la autoridad se convierte en un imperativo. En la gran parte de las sociedades la mayoría de los adolescentes, mayores de 16 años y adultos se encuentran en ese nivel de desarrollo socio moral.
  • El nivel convencional (4): implica una visión de conjunto de la sociedad, se la considera como un sistema ordenado. Es el estadio «del mantenimiento de la Ley y del Orden», «típicamente relacionado con la regulación estatal, social y jurídico. En el que el plano de la reciprocidad interpersonal es superado por la perspectiva de la relación con el sistema social. La moral se identifica aquí con el sentido común de la “moralidad del deber”. Pero aquí existe el peligro de que el principio del deber se puede trascender en función del principio de autoridad. Y entraríamos en los conceptos de legal o ilegal.
  • El nivel pos-convencional (5): el individuo comprende el significado y la importancia de las normas sociales, pero es consciente de sus limitaciones frente a los principios morales que están por encima de ellas. La Ley y el Orden no son los referentes supremos, pues reconoce que, en muchas situaciones concretas, entran en conflicto con los valores que los anteceden y de los que surgen.
  • El estadio pos-convencional (6): corresponde a lo que Kohlberg en (Colby y Kohlberg, 1987) consideraron el “punto de vista moral” que “todos los seres humanos deberían adoptar en relación a los otros como individuos libres e iguales”. Eso significa considerar igualitariamente las reivindicaciones o los puntos de vista de cada persona afectada por la decisión moral a ser tomada.

Al nivel pre-convencional corresponde lo que el sentido común acostumbra a identificar como “autoritarismo”: a las relaciones de dominación/sumisión que se apoyan en los instrumentos de poder (coacción, represión), inmediata contra estratificaciones sociales concretas.

La aceptación “espontánea” de la autoridad, la obediencia irreflexiva a los imperativos de ella, y la aceptación de los argumentos que la sustentan en el plano ideológico, son parte del aprendizaje necesario parar la vida social en su forma actual. Pero no dejan de ser estadios de obediencia pre-convencionales o convencionales hasta el nivel 4. De la misma forma, la crítica a la autoridad, por aceptar sin más una orden heterónoma de la sociedad o desobedecerla estaría contemplados en los niveles pos-convencionales 5 y 6 aquí se podría introducir lo que se denomina la “desobediencia civil”.

Esta aceptación espontanea de la autoridad, se puede ver en la muestra de Milgram. Para su experimento se pidieron 500 personas entre 20 a 50 años. Estaba claro que la Universidad de Yale era la autoridad, ya que, si no hubiera sido así, una buena parte de la muestra hubiera desobedecido las ordenes ya que está claro que entre 500 adultos unos cuantos deberían estar entre los estadios convencionales 4 y pos-convencionales 5 y 6 de Kohlberg.

También hay que reseñar, que en condiciones normales y en un nivel pos-convencional de obediencia, las personas estamos en un “estado de autonomía” en estos casos, nos sentimos responsables de nuestros actos y tenemos nuestras propias reglas de actuación. Ahora bien, en determinadas circunstancias extremas, donde hay una figura de autoridad importante (guerras, experimentos científicos, etc.) podemos pasar a estar en un “estado de heteronomía o estado agente” es decir, no asumimos nuestra responsabilidad, si no que la dejamos en manos de nuestros superiores, pues percibimos que somos miembros de una jerarquía en la que hay que obedecer a los que están por encima. El estado agente es el que se distingue como comentaba Eric Fromm por la obediencia heterónoma y la conciencia autoritaria, por tanto, se pasaría a un estado de obediencia pre-convencional.

Respecto a la distancia emocional, la cercanía de la autoridad y los efectos liberadores de la influencia de grupo, los resultados fueron los siguientes:

  • Distancia emocional: si el profesor no veía al alumno, era más probable que diera las descargas más intensas.
  • Cercanía y legitimidad de la autoridad: si el experimentador los dejaba solos, era menos probable que obedecieran (la tasa disminuyó hasta el 22.5%).
  • Efectos liberadores de la influencia del grupo: si un cómplice (otro actor) estaba también haciendo de profesor y se resistía a cumplir las órdenes del científico, el voluntario obedecía mucho menos (sólo el 10% siguieron aplicando descargas).

Hasta aquí nada que objetar a los estudios de Milgram, el problema fue, que cuando Milgram analizó la muestra de personas a las que se vinculaba a sus experimentos, se les realizó un test psicológico similar a los que realizó Theodor Adorno (Escuela de Frankfurt) vinculados a la “personalidad autoritaria” con el fin de poder descartar posibles perfiles “fascistas”.

El objetivo básico de Adorno no era el de situar a un miembro particular del grupo en relación a otros miembros del grupo (que es lo que se espera de una escala de actitudes en psicología), sino construir una escala que de manera general diese cuenta de las estructuras psicológicas subyacentes en el ‘autoritarismo’. Elaboraron tres escalas de actitudes: “Antisemitismo” (AS), “Etnocentrismo” (E) y Conservadurismo político y económico (PEC) que correlacionaban fuertemente entre sí, midiendo nueve dimensiones o subvariables:

  • Conformismo (convencionalismo): adhesión a los valores de la clase media.
  • Sumisión a la autoridad: idealización de la autoridad y sumisión exagerada a quienes la ostentan.
  • Agresividad: tendencia a castigar a los individuos que no aceptan o atacan los valores convencionales.
  • Rechazo a los que muestran imaginación y creatividad (artistas…), oposición a lo subjetivo, a la introspección, etc. Y defensa de lo pragmático y material.
  • Superstición y recurso a estereotipos: tendencia a pensar en categorías rígidas, creencia en la determinación sobrenatural o esotérico, en el destino o en religiones monoteístas de carácter católico…
  • Gusto por el poder: preocupación por el dominio, identificación con los fuertes, valoración excesiva de la dureza.
  • Espíritu de destrucción y cinismo: hostilidad hacia la humanidad
  • Identificación proyectiva: tendencia a proyectar en el mundo y en los demás las propias tendencias inconscientes, y a creer que en el mundo exterior suceden cosas terribles y peligrosas, para justificar argumentos propios sesgados.
  • Condena de prácticas sexuales desviadas: preocupación exagerada por el sexo, o en su defecto represión inconsciente de prácticas sexuales de carácter sadomasoquista.

A partir de estas dimensiones construyeron una escala que, en su opinión, da cuenta del ‘autoritarismo’ de los individuos a quienes se aplica. La denominaron “escala de Fascismo” (F) Ver: Anexo final.

Sin embargo, el proyecto fracasó porque no demostraba nada sobre la existencia de ningún tipo de personalidad autoritaria. Se podía leer el resultado de su encuesta diciendo que la población de Estados Unidos era conservadora, defendía la familia y consideraba que la promiscuidad sexual debía ser motivo de castigo. Pero pensar eso no significa en absoluto ser fascista a no ser que se suponga que ‘todo el mundo’ puede serlo. Más bien lo que se deducía es el hecho (bien conocido) de que las clases medias tienden a un pensamiento rutinario y tópico. Por lo demás la hipótesis según la cual alguien podía abandonar una idea equivocada por simple maduración de sus opiniones no era considerada en la hipótesis de Adorno. Una cosa es aceptar los tópicos de la clase media y otra ser fascista (dejando aparte que los fascistas como buenos nietzscheanos odiaban a las clases medias por poco heroicas).

Ser hostil a las diferencias o incluso intolerante no es una característica exclusiva del fascismo en absoluto. Hay intolerantes en la derecha y en la izquierda. E incluso un individuo puede ser tolerante e intolerante a la vez dependiendo de las circunstancias. Siendo cierto que entre las personas autoritarias hay más gente con ideas religiosas que entre las no-autoritarias y que las personas rígidas son más autoritarias que las tolerantes, eso no basta para construir un contenedor suficientemente amplio de la diversidad de las conductas.

Suponer que el capitalismo es intrínsecamente fascista o que la filosofía del cristianismo es intrínsecamente antisemita no deja de ser una hipótesis suficientemente vaga y con muchos contra fácticos posibles, aunque ayude a la buena conciencia progresista. Eso no niega que existan trazos muy típicos de la psicología totalitaria, especialmente en el uso de la propaganda de masas. Se ha observado también que una regla básica de la propaganda totalitaria es no utilizar jamás el modo condicional al hablar, para imprimir mayor sensación de seguridad al discurso y que la propaganda nazi de Goebbels que comentábamos antes, fue la primera en usar la teoría de los reflejos a gran escala, para generar ciertas emociones de estímulo respuesta, como efecto condicionado en las masas.

En conclusión. No es lo mismo autoritarismo que autoridad. El autoritarismo se realiza en función de la legitimidad del ejercicio del poder. Stoppino (1992) propone tal criterio, cuando afirma, que «una situación de autoritarismo tiende a instaurarse siempre que el poder es visto como legítimo por quien lo detenta, pero no es reconocido como tal por quien lo sufre. O que una autoridad puede transformarse en autoritarismo, en la medida en que la legitimidad es difusa y la pretensión del gobernante de mandar se vuelve, a los ojos de los subordinados, como una pretensión arbitraria de mando

Queda claro que, desde este punto de vista, que la valoración de la legitimidad implica un juicio de valor. Por tanto, un mismo comportamiento podrá ser juzgado legítimo o no y, por tanto, autoritario o no, dependiendo de las circunstancias ni de las personas implicadas, ni de elementos culturales, sociales, políticos o religiosos. Consecuentemente, el autoritarismo puede ser definido como una relación de poder social en la que la pretensión de ser obedecido incondicionalmente es vista por quien detenta el poder como legítima, pero se presenta, a los ojos de los subordinados (u otros implicados en la relación), como arbitraria e ilegítima.

Por tanto, podemos considerar que en el caso concreto referido al comportamiento de los ejecutores nazis en el holocausto. No es una condición innata en el ser humano, sino que es una condición totalmente aprendida que podría en cualquier medida ser suspendida a voluntad dependiendo de la autonomía y consciencia moral del sujeto. Y que no tiene nada que ver con la obediencia heterónoma o el estado agente que promulgaba Milgram en sus experimentos.

Acabaré esta trilogía de conformidad social empezada por Solomon Asch y seguida por Milgram, finalizando en un posterior post, explicando el concepto de agresividad, maldad y miedo social en función de los experimentos de Zimbardo en Stanford.

Bibliografia:

Adorno, T., Frenkel-Brunswik, E., Levinson, D. y Sanford, N. (1950). The authoritarian personality. Nueva York: Harper.

Arendt, H. (1951). Origins of totalitarianism. San Diego, CA: Harvest

Arendt, H. (1963). Eichmann in Jerusalem: A report on the banality of evil. Nueva York: Penguin.

Asch, S. (1956). Studies of independence and conformity: A minority of one against a unanimous majority. Psychological Monographs: General and Applied, 70,

Colby,A.-Kohlberg,L.(1987): The Measurement of Moral Development. vol. 1: Theoretical Foundations and Research Validation. New York, Cambridge.

Freud, S. (1921) Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XVIII – Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras (1920-1922). 2. Psicología de las masas y análisis del yo (1921). Traducción José Luis Etcheverry. Buenos Aires & Madrid: Amorrortu editores.

Fromm, E.(1983): O Medo à Liberdade. Rio de Janeiro, Guanabara.

Haney, C., Banks, C. y Zimbardo, P. (1973). A study of prisoners and guards in a simulated prison. En E. Aronson (Ed.), Readings about the social animal (pp. 52-67). San Francisco, CA: Freeman.

Haslam, S. y Reicher, S. (2011). Beyond conformity. Revisiting classic studies and exploring the dynamics of resistance. En J. Jetten y M. Hornsey. Rebels in groups: dissent, deviance, difference and defiance (pp. 324-344). Londres: Wiley-Blackwell.

Le Bon, G. (1895). Psychologie des foules. Félix Alcan: París.

Milgram, S. (1974). Obedience to Authority: An experimental view. Nueva York: Harper and Row.

Moscovici, S. (1981). Psicología de las minorías activas. Madrid: Morata.

Reicher, S. y Haslam, S. (2006). Rethinking the psychology of tyranny: The BBC prison study. British Journal of Social Psychology, 45, 1-40.

Reicher, S. y Haslam, S. (2011). After shock? Towards a social identity explanation of the Milgram ‘obedience’ studies. British Journal of Social Psychology, 50, 163-169

Reicher, S. y Haslam, S. (2012). Obedience. Revisiting Milgram’s shock experiments. En J. Smith y S. Haslam (Eds.), Social Psychology. Revisiting the classic studies (pp. 106-125). Londres: Sage

Stoppino,M.(1992): Autoridade; autoritarismo (verbetes). En Bobbio, N. Dicionário de Política. Brasília, Ed:UNB.

ANEXO: ALGUNOS ÍTEMS DE LA PRIMERA ESCALA DE FASCISMO 

1.- Las cosas más importantes que hay que enseñar a los niños son la obediencia y el respeto a la autoridad.

2.- Ninguna debilidad, ninguna dificultad puede pararnos si tenemos suficiente fuerza de carácter.

3.- La ciencia tiene su lugar, pero hay muchas cosas importantes que el espíritu humano jamás logrará comprender.

4.- La naturaleza humana es como es, de manera que siempre habrá guerras y conflictos.

5.- Todos debieran tener una completa fe en algún poder sobrenatural al cual obedecer sin dudas.

6.- Cuando una persona tiene un problema o está aburrido es mejor para ella no pensar en eso y ocuparse en cosas que le interesen más.

7.- Lo que más necesita la gente joven es una estricta disciplina, decisiones fuertes y voluntad de combatir por su país.

8.- Quien tiene malas maneras, malos hábitos, mala educación, difícilmente puede tener tratos con gente adecuada.

9.- Hay gente que nace con ganas de acceder a los puestos más altos.

10.- En estos tiempos en que hay tanta gente que se aglomera, una persona debe protegerse atentamente para no atrapar una infección o una enfermedad.

11.- Siempre hay que castigar un insulto a nuestro honor.

12.- Los jóvenes a veces tienen ideas revolucionarias, pero, al hacerse mayores han de abandonarlas y estabilizarse.

13.- Lo mejor es usar algunos métodos autoritarios, como hacían en Alemania antes de la guerra, para mantener el orden e impedir el caos.

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